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Nuestros Distintivos - Parte 2

5 - El Papel de las Mujeres

Aunque tradicionalmente las mujeres han cumplido papeles de apoyo al servir a la iglesia y encontrado su gozo más grande y sentido de logro al ser esposas y madres, el movimiento feminista ha influenciado con éxito a muchas mujeres para que abandonen estos papeles. Desafortunadamente, este movimiento se ha infiltrado aún en la iglesia, creando caos y confusión con respecto al papel de las mujeres tanto en el ministerio como en el hogar. Sólo en la Escritura puede encontrarse el diseño de Dios establecido para las mujeres.

El Antiguo Testamento y las Mujeres

En la descripción de la creación de Génesis 1, la primera palabra de Dios acerca del tema de los hombres y las mujeres es que fueron igualmente creados a imagen de Dios (v. 27). Ninguno de los dos recibió más de la imagen de Dios que el otro. Entonces la Biblia comienza con la igualdad de los sexos. Como personas, como seres espirituales delante de Dios, los hombres y las mujeres son absolutamente iguales. A pesar de esta igualdad, en Génesis 2 hay una descripción más detallada de la creación de los dos seres humanos que revela diferencias en sus funciones y responsabilidades dadas por Dios. Dios no creó al hombre y a la mujer al mismo tiempo, sino que más bien creó a Adán primero y más tarde a Eva con el propósito específico de ser la ayudante de Adán. Eva era igual a Adán, pero a ella se le dio el papel y deber de someterse a él. Aunque la palabra “ayuda” lleva connotaciones muy positivas—siendo usada de Dios Mismo como la ayuda de Israel (Dt. 33:7; Sal. 33:20)—aún describe a alguien en una relación de servicio a otro. La responsabilidad de las esposas de someterse a sus maridos, entonces, era parte del plan desde la creación, aún antes de la maldición. Los primeros libros de la Biblia establecen tanto la igualdad de los hombres y las mujeres como el papel de apoyo de la esposa (vea Ex. 21:15, 17, 28-31; Nm. 5:19-20, 29; 6:2; 30:1-16). Debido a que Adán y Eva desobedecieron el mandato de Dios, hubo ciertas consecuencias (Gn. 3:16-19). Para la mujer Dios pronunció una maldición que incluía dolor multiplicado en el parto y tensión en la relación de autoridad-sumisión de marido y mujer. Génesis 3:16 dice que el “deseo” de la mujer será para su marido, pero él se “enseñoreará” de ella. En Génesis 4:7 el autor usa la misma palabra “deseo” para referirse a “control excesivo sobre.” De esta manera, la maldición en Génesis 3:16 se refiere a un nuevo deseo por parte de la mujer de ejercer control sobre su marido—pero él de hecho opresivamente dominará y ejercerá autoridad sobre ella. El resultado de la caída en el matrimonio a lo largo de la historia ha sido una lucha continua entre los sexos—por un lado, las mujeres buscan controlar y por otro lado, los hombres buscan dominar. A lo largo del Antiguo Testamento, las mujeres estaban activas en la vida religiosa de Israel, pero generalmente no eran líderes. Mujeres como Débora (Jueces 4) fueron claramente la excepción y no la regla. No hubo mujer con un ministerio profético continuo. Ninguna mujer fue sacerdote. Ninguna reina jamás gobernó a Israel. Ninguna mujer escribió un libro del Antiguo Testamento (o del Nuevo Testamento). Isaías 3:12 indica que Dios permitió que líderes débiles, fueran mujeres masculinas u hombres afeminados, gobernaran como parte de Su juicio sobre la nación pecadora.

Jesús y las Mujeres

En medio de las culturas griega, romana, y judía que veían a las mujeres casi al nivel de posesiones, Jesús mostró amor y respeto por las mujeres. Aunque los rabinos judíos no enseñaban a mujeres y el Talmud Judío decía que era mejor quemar el Torá que enseñárselo a una mujer, Jesús nunca tomó la posición de que las mujeres, por su naturaleza misma, no podían entender verdad espiritual o teológica. El no sólo las incluyó en Sus audiencias, sino que también usó ilustraciones e imágenes que les serían familiares (Mat. 13:33; 22:1-2; 24:41; Lucas 15:8-10) y específicamente aplicó Su enseñanza a ellas (Mt. 10:34 en adelante). A la mujer samaritana en el pozo (Juan 4), le reveló que El era el Mesías y discutió con ella temas tales como la vida eterna y la naturaleza de la verdadera adoración. Él también le enseñó a María y, cuando fue amonestado por Marta, señaló la prioridad de aprender verdad espiritual aún sobre responsabilidades “femeninas” tales como servir a invitados en el hogar de uno (Lucas 10:38). Aunque los hombres en el día de Jesús normalmente no les permitían a las mujeres contar cambio en sus manos por temor de contacto físico, Jesús tocó a mujeres para sanarlas y permitió a mujeres que lo tocaran a Él (Lucas 13:10 en adelante; Marcos 5:25 en adelante). Jesús llegó a permitirle a un pequeño grupo de mujeres que viajara con Él y Sus discípulos (Lucas 8:1-3), un suceso sin precedentes en ese entonces. Después de Su resurrección, Jesús le apareció primero a María Magdalena y la envió a anunciar Su resurrección a los discípulos (Juan 20:1- 18), a pesar del hecho de que a las mujeres no se les permitía ser testigos en las cortes Judías porque eran consideradas mentirosas. En el trato de Jesús de las mujeres, El elevó su posición en la vida y les mostró compasión y respeto de una manera que ellas nunca habían conocido. Esto demostró su igualdad. No obstante, al mismo tiempo, Jesús no exaltó a las mujeres a un lugar de liderazgo por encima de los hombres.

Las Epístolas y las Mujeres

En las Epístolas, los mismos dos principios existen hombro a hombro—tanto igualdad como sumisión para las mujeres. Gálatas 3:28 apunta a la igualdad, indicando que el camino de la salvación es el mismo tanto para los hombres como para las mujeres y que ellas son miembros que están al mismo nivel que los hombres en el cuerpo de Cristo. No obstante, no borra toda diferencia en responsabilidades para los hombres y las mujeres, ya que este pasaje no cubre todo aspecto del diseño de Dios para el hombre y la mujer. Además, hay muchos otros pasajes que hacen distinciones entre lo que Dios desea de los hombres y lo que desea de las mujeres, especialmente dentro de la familia y dentro de la iglesia.

La Familia

Mientras que el matrimonio Cristiano debe incluir el amor mutuo y la sumisión entre dos creyentes (Ef. 5:21), cuatro pasajes en el Nuevo Testamento claramente le dan a las esposas la responsabilidad de someterse a sus maridos (Ef. 5:22; Col. 3:18; Tito 2:5; 1 Pedro 3:1). Esta es la sumisión voluntaria de uno igual a otro a partir de amor por Dios y un deseo por seguir Su diseño como es revelado en Su Palabra. Nunca es retratado como arrastrarse o de ninguna manera disminuir la igualdad de la esposa. En lugar de esto, el marido es llamado a amar a su mujer sacrificialmente, así como Cristo amó a la iglesia (Ef. 5:25) y servir como el líder en una relación de dos personas que están al mismo nivel. Mientras que a los maridos y padres se les ha dado la responsabilidad primordial del liderazgo de sus hijos (Ef. 6:4; Col. 3:21; 1 Ti. 3:4-5), las esposas y madres son instadas a ser “cuidadosas de su casa” (Tito 2:5), lo cual quiere decir administradoras de la casa. Su hogar y sus hijos deben ser su prioridad, en contraste al énfasis del mundo de hoy en carreras y trabajos de tiempo completo para las mujeres y esto fuera del hogar.

La Iglesia

Desde el principio de la Iglesia Cristiana, las mujeres cumplieron un papel vital (Hechos 1:12-14; 9:36- 42; 16:13-15; 17:1-4, 10-12; 18:1-2, 18, 24-28; Ro. 16; 1 Co. 16:19; 2 Ti. 1:5; 4:19), pero no fue un papel de liderazgo. Todos los apóstoles fueron hombres, su principal actividad misionera fue llevada a cabo por hombres; la escritura del Nuevo Testamento fue el trabajo de hombres; y el liderazgo en las iglesias fue encomendado a hombres. Aunque el Apóstol Pablo respetaba a las mujeres y trabajaba hombro a hombro con ellas para la extensión del evangelio (Ro. 16; Fil. 4:3), él no estableció a ninguna mujer como anciano o pastor. En sus epístolas, él instó a que los hombres fueran los líderes en la iglesia y que las mujeres no debían enseñar o ejercer autoridad sobre los hombres (1 Ti. 2:12).

Por lo tanto, aunque espiritualmente las mujeres están al mismo nivel que los hombres y el ministerio de las mujeres es esencial para el cuerpo de Cristo, las mujeres están excluidas del liderazgo sobre los hombres en la iglesia. Los hombres y las mujeres están al mismo nivel delante de Dios, ambos llevan la imagen de Dios mismo. No obstante, sin hacer uno inferior al otro, Dios llama tanto a los hombres como a las mujeres a cumplir los papeles y responsabilidades específicamente diseñados para ellos, un patrón que puede ser visto aún en la Trinidad (1 Co. 11:3). Al cumplir los papeles divinamente dados y enseñados en el Nuevo Testamento, las mujeres son capaces de alcanzar su potencial más alto porque están siguiendo el plan de su propio Creador y Diseñador. Sólo en obediencia a Él y Su diseño podrán las mujeres ser verdaderamente capaces, en el sentido más amplio, de dar gloria a Dios.

6 - El Divorcio y Nuevo Matrimonio

Dios odia el divorcio. Lo odia porque siempre implica infidelidad al pacto solemne del matrimonio que dos personas han hecho delante de Él, y porque conlleva consecuencias dolorosas para la pareja y sus hijos (Malaquías 2:14-16). El divorcio está solamente permitido en las Escrituras por causa del pecado humano. De este modo, si el divorcio es sólo una concesión ante el pecado del hombre, y no es parte del plan original de Dios para el matrimonio, todos los creyentes deberían odiar el divorcio como Dios lo hace, y seguirlo sólo cuando no hay otra opción. Con la ayuda de Dios un matrimonio puede sobrevivir a los peores pecados. En Mateo 19:3-9, Cristo enseña claramente que el divorcio da lugar al pecado humano, el cual viola el propósito original de Dios de unidad íntima y permanente del vínculo matrimonial (Génesis 2:24). El enseñó que la ley de Dios permitía el divorcio únicamente por la “dureza del corazón” (Mateo 19:8). El divorcio legal era una concesión que se hacía al compañero fiel debido al pecado sexual o al abandono de su cónyuge, de esta manera el cónyuge fiel quedaba desvinculado del matrimonio (Mateo 5:32; 19:9; 1 Corintios 7:12-15). Aunque Jesús dijo que el divorcio estaba permitido en algunas situaciones, debemos recordar que la idea principal de este discurso era corregir el pensamiento judío de que podían divorciarse “por cualquier causa” (Mateo 19:3), y mostrarles la gravedad de divorciarse en pecado. Por lo tanto, el creyente nunca debería considerar el divorcio como una opción, excepto en circunstancias específicas (véase la próxima sección), e incluso en esas circunstancias, debería de considerarlo sólo en el caso de que no le quedara otro remedio.

Las Bases del Divorcio

Las únicas bases bíblicas para divorciarse que se encuentran en el Nuevo Testamento son el pecado sexual y la deserción del incrédulo. La primera se encuentra en el uso que Jesús hace de la palabra griega porneia (Mateo 5:32; 19:9). Este es un término general que abarca pecados sexuales tales como adulterio, homosexualidad, relaciones con animales e incesto. Cuando uno de los cónyuges viola la unidad e intimidad del matrimonio por medio de un pecado sexual—y abandona el pacto contraído—coloca al cónyuge que ha permanecido fiel en una situación extremadamente difícil. Después de que se ha intentado por todos los medios que el cónyuge que ha pecado se arrepienta, la Biblia permite que el cónyuge fiel se divorcie (Mateo 5:32; 1 Corintios 7:15).

La segunda razón por la que se permite el divorcio se da en los casos en los cuales la parte incrédula no desea vivir con su esposo/a creyente (1 Corintios 7:12-15). Ya que “a paz nos llamó Dios” (v.15), se permite el divorcio y puede ser hasta preferible en tales ocasiones. Cuando el incrédulo quiere dejar el matrimonio, el intentar retenerlo sólo puede crear mayor tensión y conflicto. Asimismo, si el incrédulo abandona la relación matrimonial permanentemente, pero no está dispuesto a legalizar el divorcio, ya sea por su estilo de vida, irresponsabilidad o para evitar obligaciones financieras, entonces el creyente se encuentra ante una situación imposible, ya que tiene obligaciones morales y legales que no puede cumplir. Puesto que “no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso” (1 Corintios 7:15), y por lo tanto no está obligado a permanecer casado, el creyente puede iniciar el proceso legal de divorcio sin temor a que eso desagrade a Dios.

La Posibilidad de Volver a Casarse

Al cónyuge fiel se le permite volver a casarse, pero sólo cuando el divorcio siguió las normas bíblicas. De hecho, el propósito de un divorcio bíblico es dejar claro que la parte que ha sido fiel es libre para casarse otra vez, pero exclusivamente con otro creyente (Romanos 7:1-3; 1 Corintios 7:39). Aquellos que se han divorciado siguiendo otras pautas que no sean las bíblicas han pecado contra Dios y sus cónyuges, y por lo tanto si se casan con otra persona cometen “adulterio” (Marcos 10:11-12). Por esta razón, Pablo dice que la mujer creyente que se divorcia de forma pecaminosa debería “quedarse sin casar, o reconciliarse con su marido” (1 Corintios 7:10-11). Si se arrepiente de su pecado, el verdadero fruto de su arrepentimiento debería de ser el buscar la reconciliación (Mateo 5:23-24). Lo mismo se aplica para el hombre que se divorcia sin seguir las pautas bíblicas (1 Corintios 7:11). Los únicos casos en los que podrían casarse de nuevo son cuando el cónyuge anterior se hubiera vuelto a casar, se hubiera probado que no es creyente o hubiera muerto. En tales casos la reconciliación ya no sería posible. La Biblia también advierte a cualquiera que considera casarse con alguien que está divorciado. Si el divorcio no ha seguido las normas bíblicas y existe todavía la responsabilidad de buscar la reconciliación, se considera adúltera a la persona que se casa con el que se ha divorciado (Marcos 10:12).

El Papel de la Iglesia

Aquellos creyentes que están en el proceso de divorcio siguiendo los criterios que no son los bíblicos, están sujetos a la disciplina de la iglesia, ya que rechazan abiertamente la Palabra de Dios. Aquel que obtiene el divorcio siguiendo pautas que no son bíblicas, y se casa de nuevo, es culpable de adulterio, ya que Dios originalmente no permitió el divorcio (Mateo 5:32; Marcos 10:11-12). Esa persona está sujeta a la disciplina de la iglesia siguiendo los pasos expuestos en Mateo 18:15-17. Si alguien que profesa ser cristiano viola el pacto del matrimonio y rehúsa arrepentirse durante el proceso de disciplina de la iglesia, las Escrituras instruyen que debería de ser apartado de la iglesia y tratado como inconverso (v.17). Cuando la disciplina da lugar a la reclasificación del cónyuge desobediente como “rechazado” o incrédulo, el cónyuge que ha permanecido fiel tiene la libertad de divorciarse, basado en la provisión de divorcio que se da cuando el no creyente abandona la relación, tal y como afirma 1 Corintios 7:15. Sin embargo, antes de consumar el divorcio, se debería de dejar un tiempo razonable ante la posibilidad de que el cónyuge infiel regrese después de haber sido disciplinado. El liderazgo de la iglesia local también deberá ayudar a las personas divorciadas (que no se han vuelto a casar) a entender su situación desde un punto de vista bíblico, especialmente en aquellos casos donde la aplicación apropiada de una enseñanza bíblica no está clara. Por ejemplo, el liderazgo de la iglesia a veces puede tener que decidir si uno o ambos de los antiguos cónyuges deberían de ser considerados “creyentes” en el momento en el que ocurrió su divorcio anterior, ya que esto afectará a la aplicación de los principios bíblicos a su situación actual (1 Corintios 7:17-24). Asimismo, dado que mucha gente cambia de unas iglesias a otras, y muchas de estas no practican la disciplina eclesiástica, podría ser necesario que el liderazgo tuviera que decidir si el miembro separado o su cónyuge anterior deberían de ser considerados cristianos en ese momento o, por el contrario, tratados como incrédulos debido a su desobediencia continua. De nuevo, en algunos casos esto afectaría a la aplicación de los principios bíblicos (1 Corintios 7:15; 2 Corintios 6:14).

El Divorcio antes de la Conversión

Según 1 Corintios 7:20-27, no existe nada en la salvación que demande un estatus en particular, ya sea marital o social. Por lo tanto, el apóstol Pablo instruye a los creyentes a reconocer que Dios permite, por medio de su providencia, las circunstancias en las que ellos se encuentran en el momento de su conversión. Si se convirtieron cuando ya estaban casados, entonces no se les requiere que busquen el divorcio (aunque el divorcio pueda estar permitido de acuerdo con las normas bíblicas). Si se convirtieron estando ya divorciados, y no pueden reconciliarse con su antiguo cónyuge porque no es creyente o se ha casado de nuevo, entonces tienen la libertad de permanecer solteros o de casarse con otro creyente (1 Corintios 7:39; 2 Corintios 6:14).

El Arrepentimiento y el Perdón

En los casos donde el divorcio no siguió las pautas bíblicas, pero el cónyuge culpable se arrepintió posteriormente, es cuando la gracia de Dios entra en juego. Una señal de arrepentimiento verdadero estará en el deseo de poner en práctica 1 Corintios 7:10-11, lo cual supondrá, si es posible, la disposición a intentar reconciliarse con su cónyuge anterior. Sin embargo, si la reconciliación no es posible porque el antiguo cónyuge no es creyente o se ha vuelto a casar, en ese momento el creyente que ha sido perdonado podría comenzar otra relación bajo la guía cuidadosa y el consejo del liderazgo de la iglesia. En los casos donde el creyente se divorcia, no siguiendo las pautas bíblicas, y se vuelve a casar, se le considera culpable de adulterio hasta que confiese su pecado (Marcos 10:11-12). Dios perdona este pecado inmediatamente si existe arrepentimiento, y no hay nada en las Escrituras que indique lo contrario. Desde ese punto en adelante, el creyente debería continuar con su matrimonio actual.

7 - La Soberanía de Dios en la Salvación

Ninguna doctrina es más despreciada por la mente natural que la verdad de que Dios es absolutamente soberano. El orgullo humano aborrece la sugerencia de que Dios ordena todo, controla todo, y gobierna sobre todo. La mente carnal, ardiendo en enemistad en contra de Dios, aborrece la enseñanza bíblica de que nada sucede a menos de que sea de acuerdo con Sus decretos eternos. Sobre cualquier otra cosa, la carne aborrece la noción de que la salvación es la obra de Dios en su totalidad. Si Dios escogió a aquellos que serían salvos, y si Su decisión fue establecida antes de la fundación del mundo, entonces los creyentes no merecen crédito en absoluto por algún aspecto de su salvación. Pero esto es, después de todo, precisamente lo que la Escritura enseña. Aún la fe es el regalo de gracia por parte de Dios a Sus escogidos. Jesús dijo, “ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (Juan 6:65). Ni “al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:27). Por lo tanto, ninguna persona que sea salva tiene algo de que gloriarse (Ef. 2:8-9). “La salvación es de Jehová” (Jonás 2:9). La doctrina de la elección divina está explícitamente enseñada a lo largo de la Escritura. Por ejemplo, únicamente en las epístolas del Nuevo Testamento, aprendemos que todos los creyentes son “escogidos de Dios” (Tito 1:1). Fuimos “predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef.1:11, énfasis añadido). Nos “escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Ef.1:4-5). Somos llamados “conforme a su propósito…Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Ro. 8:28-30). Cuando Pedro escribió que éramos “elegidos según la presciencia de Dios Padre” (1 Pedro 1:1, 2), él no estaba usando la palabra “presciencia” para decir que Dios estaba consciente de antemano de quien creería y por lo tanto los escogió por la fe que vio de antemano, por parte de estas personas. Sino que más bien, Pedro quiso decir que Dios determinó antes del tiempo conocer y amar y salvarlos; y El los escogió sin considerar nada bueno o malo que pudieran hacer. La Escritura enseña que la elección soberana de Dios es hecha “según el puro afecto de su voluntad” y “conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”—esto es, no por alguna razón externa a sí mismo. Ciertamente El no escogió a ciertos pecadores para ser salvos por algo digno de alabanza en ellos, o porque El vio de antemano que lo escogerían a Él. El los escogió únicamente porque le agradó hacerlo. Dios declara “lo por venir desde el principio…” y dice “…Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” (Is. 46:10). Él no está sujeto a las decisiones de otros. Sus propósitos al escoger algunos y rechazar a otros están escondidos en los consejos secretos de Su propia voluntad. Además, todo lo que existe en el universo existe porque Dios lo permitió, lo decretó, e hizo que existiera. “Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Sal.115:3). “Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Sal.135:6). El “hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11). “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Ro.11:36). Para “nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Co. 8:6). ¿Qué hay acerca del pecado? Dios no es el autor del pecado, pero El ciertamente lo permitió; es parte íntegra de Su decreto eterno. Dios tiene un propósito al permitirlo. Él no puede ser culpado por la maldad o manchado por su existencia (1 S. 2:2: “No hay santo como Jehová”). Pero ciertamente Él no fue sorprendido con la guardia abajo o en una situación en la que no podía hacer nada por detenerlo cuando el pecado entró en el universo. No conocemos Su propósito al permitir el pecado. Claramente, en el sentido general, El permitió el pecado para desplegar Su gloria—atributos que no serían revelados fuera del mal—misericordia, gracia, compasión, perdón y salvación. Y Dios algunas veces usa el mal para cumplir el bien (Gn. 45:7, 8; 50:20; Ro. 8:28). ¿Cómo pueden ser estas cosas? La Escritura no responde todas las preguntas, pero enseña que Dios es totalmente soberano, perfectamente santo, y absolutamente justo. Hay que reconocer que es difícil para la mente humana recibir estas verdades, pero la Escritura es clara. Dios controla todas las cosas, hasta el punto de escoger quien será salvo. Pablo afirma la doctrina en términos clarísimos en el noveno capítulo de Romanos, al mostrar que Dios escogió a Jacob y rechazó a su hermano gemelo Esaú “(pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama)” (v. 11). Unos cuantos versículos más adelante, Pablo añade lo siguiente: “Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia; y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (vv. 15, 16). Pablo se adelantó al argumento en contra de la soberanía divina: “Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? Porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” (v. 19). En otras palabras, ¿qué no la soberanía de Dios cancela nuestra responsabilidad? Pero en lugar de ofrecer una respuesta filosófica o un argumento metafísico profundo, Pablo simplemente reprendió al escéptico: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (vv. 20, 21). La Escritura afirma tanto la soberanía divina como la responsabilidad humana. Debemos de aceptar ambos lados de la verdad, aunque no entendamos cómo encaja uno con otro. Las personas son responsables por lo que hacen con el evangelio—o con la luz que tengan (Ro. 2:19, 20), de tal manera que el castigo es justo si rechazan la luz. Y aquellos que la rechazan lo hacen voluntariamente. Jesús lamentó, “y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40). Él le dijo a los incrédulos, “si no creéis que yo soy [Dios], en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24). En Juan 6, nuestro Señor combinó tanto la soberanía divina como la responsabilidad humana cuando dijo, “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera” (v. 37). “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (v. 40); “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (v. 44); “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (v. 47); y, “ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre” (v. 65). Como es que estas dos realidades pueden ser verdad simultáneamente no puede ser entendido por la mente humana—sólo por Dios. Sobre todo, uno no debe de concluir que Dios es injusto porque El escoge extender gracia a algunos, pero no a todos. Dios nunca debe ser medido por lo que parece justo al juicio humano. ¿Es tan necio el hombre como para suponer que él, una criatura pecaminosa, tiene un estándar más alto de lo que está bien, que un Dios no caído, infinita y eternamente santo? ¿Qué tipo de orgullo es ese? En el Salmo 50:21 Dios dice, “Pensabas que de cierto sería yo como tú.” Pero Dios no es como el hombre, y tampoco puede ser medido por estándares humanos. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8-9).

8 - El Don de Lenguas

El don de lenguas era una capacidad sobrenatural divinamente otorgada para hablar en un idioma humano que no había sido aprendido por el que lo hablaba. De acuerdo con el Apóstol Pablo, cuando los creyentes ejercían el don de lenguas en la iglesia, tenían que hablar uno a la vez, y sólo dos o tres tenían que hablar en un servicio dado (1 Co.14:27). Además, cuando las lenguas eran habladas en la iglesia, tenían que ser interpretadas por alguien con el don de interpretación para que los otros pudieran ser edificados por el mensaje dado por Dios (1 Co.14:5, 13, 27). De esta manera, las lenguas no servían como un idioma privado de oración, sino que más bien—al igual que todos los dones espirituales—como un medio mediante el cual uno podía servir y edificar al cuerpo de Cristo (1 Co. 12:7; 1 P. 4:10).

Las Lenguas “Cesarán”

En 1 Corintios 13:8 Pablo hizo una afirmación interesante, casi sorprendente: “El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.” En la expresión “el amor nunca deja de ser,” la palabra griega traducida “deja de ser” quiere decir “podrirse” o “ser abolido.” Pablo no estaba diciendo que el amor es invencible o que no puede ser rechazado. Él estaba diciendo que el amor es eterno—que será aplicable para siempre y nunca será obsoleto. No obstante, las lenguas “cesarán.” El verbo griego usado en 1 Corintios 13:8 quiere decir “cesar permanentemente,” e implica que cuando las lenguas cesaron, nunca volverían a comenzar. Aquí está la pregunta que este pasaje presenta para el movimiento Carismático contemporáneo: si las lenguas iban a cesar, ¿ya ha sucedido eso, o es aún futuro? Los creyentes Carismáticos insisten en que ninguno de los dones ha cesado aún, y por lo tanto el cese de las lenguas es aún futuro. La mayoría de los no carismáticos insisten en que las lenguas ya han cesado, habiendo terminado con la época apostólica. ¿Quién está bien? Debe notarse que 1 Corintios 13:8 por sí mismo no dice cuando iban a cesar las lenguas. Aunque 1 Corintios 13:9-10 enseña que la profecía y el conocimiento cesarán cuando lo “perfecto” (esto es, el estado eterno) viene, el lenguaje del pasaje— particularmente la voz media del verbo griego traducido “cesará”—coloca a las lenguas en una categoría independiente de estos dones. Pablo escribe que mientras que la profecía y el conocimiento se “acabarán” (voz pasiva) por “lo perfecto,” el don de lenguas “cesará” en y por sí mismo (voz media) previo al tiempo de que “lo perfecto” llegue. ¿Cuándo se llevó a cabo este cese de lenguas? La evidencia de la Escritura y la historia indican que las lenguas cesaron en la época apostólica.

Evidencia de la Escritura

¿Qué evidencia bíblica o teológica hay de que las lenguas han cesado? En primer lugar, el don de lenguas era un don milagroso, de revelación, y la época de los milagros y la revelación terminó con los apóstoles. Los últimos milagros registrados en el Nuevo Testamento ocurrieron alrededor del 58 d. de C., con las sanidades en la isla de Malta (Hechos 28:7-10). Del 58 al 96 d. de C., cuando Juan terminó el libro de Apocalipsis, ningún milagro se registra. Los dones milagrosos como las lenguas y la sanidad son mencionados únicamente en 1 de Corintios, una de las primeras epístolas escritas. Dos epístolas que se escribieron más tarde, Efesios y Romanos, discuten los dones del Espíritu a detalle— pero no se hace mención alguna de los dones milagrosos. Para ese entonces los milagros ya se veían como algo en el pasado (He. 2:3-4). La autoridad apostólica y el mensaje apostólico ya no necesitaban más confirmación. Antes de que el primer siglo terminara, el Nuevo Testamento había sido escrito en su totalidad y estaba circulando por las iglesias. Los dones de revelación habían dejado de servir propósito alguno. Y cuando la época apostólica terminó con la muerte del Apóstol Juan, las señales que identificaban a los apóstoles ya habían pasado a la historia (cf. 2 Co. 12:12). En segundo lugar, las lenguas tenían la intención de ser una señal para la Israel incrédula (1 Co. 14:21-22; cf. Is. 28:11-12). Significaban que Dios había iniciado una nueva obra que incluía a los gentiles. El Señor ahora hablaría a todas las naciones en todo idioma. Las barreras habían sido derribadas. Y entonces el don de lenguas simbolizaba no sólo la maldición de Dios sobre una nación desobediente, sino también la bendición de Dios sobre el mundo entero. Las lenguas eran por lo tanto una señal de transición entre el Antiguo y el Nuevo Pacto. Con el establecimiento de la iglesia, un nuevo día había llegado para el pueblo de Dios. Dios hablaría en todo idioma. Pero una vez que el periodo de transición había quedado en el pasado, la señal ya no era necesaria.

En tercer lugar, el don de lenguas era inferior a otros dones. Fue primordialmente dado como una señal (1 Co. 14:22) y también era fácilmente usado de manera errónea para edificar a la persona misma (1 Co. 14:4). La iglesia se reúne para la edificación del cuerpo, no para la gratificación personal o búsqueda de experiencias personales. Por lo tanto, las lenguas tenían uso limitado en la iglesia, y nunca tuvo la intención de ser un don permanente.

Evidencia de la Historia

La evidencia de la historia también indica que las lenguas han cesado. Es significativo que las lenguas sólo son mencionadas en los primeros libros del Nuevo Testamento que fueron escritos. Pablo escribió por lo menos doce epístolas después de 1 de Corintios y nunca volvió a mencionar las lenguas. Pedro nunca mencionó las lenguas; Santiago nunca mencionó las lenguas; Juan nunca mencionó las lenguas; ni Judas las mencionó. Las lenguas aparecieron sólo brevemente en Hechos y 1 Corintios conforme el nuevo mensaje del evangelio estaba siendo esparcido. Pero una vez que la iglesia fue establecida, las lenguas ya no existían. Dejaron de existir. Los libros que se escribieron más tarde en el Nuevo Testamento no vuelven a mencionar las lenguas, y tampoco nadie lo hizo en la época post apostólica. Crisóstomo y Agustín—los más grandes teólogos de las iglesias oriental y occidental—consideraron que las lenguas eran obsoletas. Escribiendo en el siglo cuarto, Crisóstomo afirmó categóricamente que las lenguas habían cesado para ese entonces y describió el don como una práctica oscura. Agustín se refirió a las lenguas como a una señal que fue adaptada a la época apostólica. De hecho, durante los primeros quinientos años de la iglesia, las únicas personas que dijeron haber hablado en lenguas eran seguidores de Montano, quien era considerado un hereje. La siguiente ocasión en la que algún movimiento significativo de hablar en lenguas se originó dentro del Cristianismo, fue a finales del siglo diecisiete. Un grupo de Protestantes militantes en la región Cevennes del sur de Francia comenzó a profetizar, experimentar visiones, y hablar en lenguas. El grupo, algunas veces llamado los profetas de Cevennol, es recordado por sus actividades políticas y militares, no su legado espiritual. La mayoría de sus profecías no fueron cumplidas. Este grupo era violentamente anticatólico romano, y promovió el uso de la fuerza armada en contra de la Iglesia Católica Romana. Muchos de ellos fueron entonces perseguidos y matados por Roma. Al otro extremo del espectro, los Jansenistas, un grupo de personas que era leal al catolicismo romano y que se opuso a la enseñanza de los reformadores de la justificación por la fe, también dijo ser capaz de hablar en lenguas en los 1700s. Otro grupo que practicó una forma de lenguas fue los Shakers (sacudidores), una secta norteamericana con raíces cuáqueras que floreció a mediados de los años 1700s. La Madre Ann Lee, fundadora de la secta, se consideraba a sí misma el equivalente femenino de Jesucristo. Ella decía poder hablar en setenta y dos idiomas. Los Shakers creían que las relaciones sexuales eran pecaminosas, aún dentro del matrimonio. Hablaban en lenguas mientras que bailaban y cantaban en un estado semejante al de un trance. Después, a principios del siglo diecinueve, el pastor escocés presbiteriano Edward Irving junto con miembros de su congregación practicaron el hablar en lenguas y profetizar. Los profetas Irvingitas frecuentemente se contradecían unos a otros, sus profecías no se cumplían, y sus reuniones se caracterizaban por desenfreno. El movimiento fue desacreditado aún más cuando algunos de sus profetas admitieron falsificar profecías y otros aún atribuyeron su “don” a espíritus malignos. Este grupo eventualmente se volvió la Iglesia Católica Apostólica, la cual enseñaba muchas doctrinas falsas, adoptando varias doctrinas católico-romanas y creando doce oficios apostólicos. Todas estas supuestas manifestaciones de lenguas fueron identificadas con grupos que eran herejes, fanáticos, o no ortodoxos. El juicio de creyentes bíblicamente ortodoxos que fueron sus contemporáneos fue que todos esos grupos eran aberraciones. Claro que eso también debería de ser el juicio de cualquier Cristiano que se preocupa por la verdad. De esta manera, concluimos que desde el final de la época apostólica hasta el principio del siglo veinte no hubo ocurrencias genuinas del don de lenguas del Nuevo Testamento. Habían cesado, como el Espíritu Santo dijo que sucedería (1 Co.13:8). El don de lenguas no es para el día de hoy.

9 - La Escritura: El Consejero del Alma

Es significativo que uno de los nombres bíblicos de Cristo es el Consejero Maravilloso (Is. 9:6). Él es el consejero supremo y definitivo al que podemos volvernos para encontrar consejo, y Su Palabra es el pozo de donde podemos extraer sabiduría divina. ¿Qué podría ser más maravilloso que eso? De hecho, uno de los aspectos más gloriosos de la suficiencia perfecta de Cristo es el consejo maravilloso y la gran sabiduría que El suple en nuestros tiempos de desánimo, confusión, temor, ansiedad, y tristeza. El es el Consejero perfecto. Esto no es para denigrar la importancia de que los cristianos se aconsejen unos a otros. Ciertamente hay una necesidad crucial de ministerios de consejería que sean bíblicamente sanos, dentro del cuerpo de Cristo, y esta necesidad es satisfecha por aquellos que están espiritualmente dotados para ofrecer aliento, discernimiento, consuelo, consejo, compasión, y ayuda a otros. De hecho, uno de los problemas que ha llevado a la plaga actual de mal consejo es que las iglesias no han hecho lo mejor que pudieran hacer por equipar a personas con ese tipo de dones para ministrar eficazmente. Además, las complejidades de esta época moderna han hecho más difícil tomar el tiempo necesario para escuchar con atención, servir a otros a través del involucramiento personal, compasivo, y proveer la comunión cercana necesaria para que el cuerpo de la iglesia disfrute de salud y vitalidad. Las iglesias han acudido a la psicología para llenar el hueco, pero no va a funcionar. Los psicólogos profesionales no son substitutos de personas espiritualmente dotadas, y el consejo que la psicología ofrece no puede reemplazar la sabiduría bíblica y el poder divino. Además, la psicología tiende a hacer que la gente dependa de un terapeuta, mientras que aquellos ejerciendo sus verdaderos dones espirituales siempre apuntan a la gente de regreso al Salvador quien es suficiente para todo y a Su Palabra que es suficiente para todo

Un Salmo de la Suficiencia de la Escritura

El Salmo 19:7-9 es la afirmación más monumental y concisa que jamás se ha hecho de la suficiencia de la Escritura. Escrito por David bajo la inspiración del Espíritu Santo, estos tres versículos ofrecen testimonio inmutable de Dios mismo acerca de la suficiencia de Su Palabra para toda situación y de esta manera refutan la enseñanza de aquellos que creen que la Palabra de Dios debe ser complementado con verdad obtenida de la psicología moderna. En este pasaje David hace seis afirmaciones, cada una de ellas enfatiza una característica de la Escritura y describe su efecto en la vida del que la recibe. Tomadas juntas, estas afirmaciones pintan un hermoso retrato de la suficiencia de la Palabra de Dios.

La Escritura es Perfecta, y Convierte el Alma

En la primera afirmación (v.7), David dice, “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma.” Esta palabra “perfecta” es la traducción de una palabra hebrea común que quiere decir “completo,” o “suficiente.” Expresa la idea de algo que lo abarca todo, de tal manera que cubre todos los aspectos de un asunto. La Escritura lo abarca todo, proveyendo todo lo que es necesario para la vida espiritual de uno. El contraste implícito de David aquí es con el razonamiento imperfecto, insuficiente, errado de los hombres. La ley perfecta de Dios dice David, afecta a la gente al convertir “el alma” (v.7). Haciendo una paráfrasis de las palabras de David, la Escritura es tan poderosa y abarca tanto que puede convertir o transformar a la persona entera, cambiando a alguien precisamente en la persona que Dios quiere que sea. La Palabra de Dios es suficiente para restaurar a través de la salvación aún la vida más quebrantada—un hecho del cual David mismo dio testimonio abundante.

La Escritura es Digna de Confianza, e Imparte Sabiduría

David profundiza al explicar la suficiencia de la Escritura en el Salmo 19:7, escribiendo, “El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.” La palabra “fiel” quiere decir que el testimonio del Señor es incambiable, no se puede mover, inerrante, confiable, y digno de confianza. Provee un fundamento sobre el cual uno puede construir su vida y destino eterno. La Palabra segura de Dios hace sabio al sencillo (v.7). La palabra hebrea simple viene de una expresión que quiere decir “una puerta abierta.” Expresa la imagen de una persona simple que no sabe cerrar su mente a enseñanza falsa o impura. No tiene discernimiento, es ignorante y fácil de engañar, pero la Palabra de Dios lo hace sabio. Tal hombre es capaz en el arte de la vida piadosa: él se somete a la Escritura y sabe cómo aplicarla a sus circunstancias. La Palabra de Dios entonces toma una mente simple sin discernimiento y la hace capaz en los asuntos de la vida.

La Escritura es Recta, y Produce Gozo

En el versículo 8, David añade una tercera afirmación de la suficiencia de la Escritura: “Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón.” En lugar de indicar simplemente lo que está correcto en contraste a lo que está mal, la palabra traducida “rectos” tiene el sentido de mostrarle a alguien el camino verdadero. Las verdades de la Escritura establecen el camino apropiado en medio del difícil laberinto de la vida. Eso trae una maravillosa confianza. Tantas personas están afligidas o desanimadas porque carecen de dirección y propósito, y la mayoría de ellas buscan respuestas de las fuentes equivocadas. La Palabra de Dios no sólo provee la luz para nuestro camino (Sal. 119:105), sino que también marca la ruta frente a nosotros. Debido a que nos guía por el camino correcto de la vida, la Palabra de Dios trae gran gozo. Si uno está deprimido, ansioso, temeroso, o dudoso, la solución no se encuentra en la búsqueda de satisfacción egoísta como la autoestima y la satisfacción personal. La solución se encuentra en aprender a obedecer el consejo de Dios y participar en el deleite resultante. La verdad divina es la fuente del gozo verdadero y duradero. Todas las demás fuentes son superficiales y pasajeras.

La Escritura es Pura, y Alumbra los Ojos

El Salmo 19:8 da una cuarta característica de la suficiencia total de la Escritura: “El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.” Esta palabra “puro” podría ser mejor traducida “claro” o “lúcido,” e indica que la Escritura no es mistificante, confusa, o que nos hace dudar. La Palabra de Dios revela la verdad para hacer las cosas oscuras lúcidas, trayendo la eternidad a un enfoque claro. Es obvio que hay cosas en la Escritura que son difíciles de entender (2 P. 3:16), pero tomada como un todo, la Biblia no es un libro que nos confunde. Es claro y lúcido. Debido a su claridad absoluta, la Escritura trae entendimiento cuando hay ignorancia, orden cuando hay confusión, y luz cuando hay oscuridad moral y espiritual. Hace un contraste claro con las reflexiones turbias de hombres no redimidos, quienes en sí mismos están ciegos y son incapaces de discernir la verdad o vivir de una manera justa. La Palabra de Dios claramente revela las verdades benditas, llenas de esperanza que ellos nunca pueden ver.

La Escritura es Limpia, y Permanece para Siempre

En el Salmo 19:9 David usa el término “temor” como un sinónimo de la Palabra de Dios: “El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre.” Este “temor” habla del asombro reverencial hacia Dios que impulsa a los creyentes a adorarlo. La Escritura, en este sentido, es el manual divino para saber cómo adorar al Señor. La palabra hebrea “limpio” habla de ausencia de impureza, suciedad, contaminación, o imperfección. La Escritura no tiene pecado, maldad, corrupción, o error. La verdad que expresa está por lo tanto totalmente libre de contaminación y sin mancha. Debido a que no tiene error, la Escritura permanece para siempre (Sal. 19:9). Cualquier cambio o modificación sólo podría meter imperfección. La Escritura es eterna e inalterablemente perfecta. No necesita actualización, edición, o refinamiento, ya que es la revelación de Dios para toda generación. La Biblia fue escrita por el Espíritu omnisciente de Dios, quien es infinitamente más sofisticado que cualquier persona que se atreva a colocarse en una posición de juicio frente a la relevancia de la Escritura para nuestra sociedad, e infinitamente más sabio que todos los mejores filósofos, analistas, y psicólogos que pasan como un desfile infantil a la irrelevancia. La Escritura siempre ha sido y siempre será suficiente.

La Escritura es Verdad, y es Toda Justa

El versículo 9 provee la característica y el efecto final de la Palabra de Dios que es toda-suficiente: “Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.” La palabra “juicios” en este contexto se refiere a ordenanzas o a veredictos divinos del trono del Juez Supremo de la tierra. La Biblia es el estándar de Dios para juzgar la vida y el destino eterno de toda persona. Debido a que la Escritura es verdad, sus juicios son “todos justos” (Sal. 19:9). La implicación de esa frase es que su veracidad produce una justicia comprensiva en aquellos que la aceptan. En contraste a lo que muchos están enseñando hoy en día, no hay necesidad de revelaciones adicionales, visiones, palabras de profecía, o enseñanzas de la psicología moderna. En contraste a las teorías de los hombres, la Palabra de Dios es verdad y absolutamente comprensiva. En lugar de buscar algo más que la revelación gloriosa de Dios, los Cristianos sólo necesitan estudiar y obedecer lo que ya tienen. La Escritura es suficiente.

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