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Nuestros Distintivos - Parte 3

10 – Las Ofrendas

Hay dos tipos de ofrenda que se enseñan consistentemente en las Escrituras: ofrendar al gobierno (que siempre fue obligatorio) y a Dios (que siempre fue voluntario). Sin embargo, este tema ha sido confundido en gran manera por aquellos que malinterpretan el motivo de los diezmos del Antiguo Testamento. Las ofrendas no fueron principalmente regalos para Dios, sino impuestos para financiar el presupuesto nacional de Israel.

Como Israel era una teocracia, los sacerdotes Levíticos actuaban como el gobierno civil. Así que la ofrenda Levítica (Levítico 27:30-33) fue el precursor de los impuestos de hoy, como lo era también la segunda ofrenda anual que Dios requería para el financiamiento del festival nacional (Deuteronomio14:22-29). Los impuestos de menos cantidades también fueron requeridos de la gente por la ley (Levítico 19:9-10; Éxodo 23:10-11). Así que el total de las ofrendas requeridas de los Israelitas no fue el diez por ciento, sino quizás más del 20 por ciento. Todo ese dinero se usaba para que funcionara la nación. 

Toda la ofrenda que se daba, aparte de lo que era requerido para la nación, era totalmente voluntaria (vea Éxodo 25:2; 1 Crónicas 29:9). Cada persona ofrendaba lo que estaba en su corazón ofrendar; ningún monto fue especificado.

A creyentes del Nuevo Testamento nunca se les ordenó por vía de imposición que diezmaran. Mateo 22:15-22 y Romanos 13:1-7 nos relatan la única ofrenda de ese tipo que fue requerida durante el tiempo de la iglesia y esa era para pagar impuestos al gobierno. Es interesante que hoy, tanto en los Estados Unidos como en otros países del mundo, pagamos entre el 20 a 30 por ciento de nuestros ingresos al gobierno—una figura muy similar al requisito bajo la teocracia de Israel. 

La directriz para nuestra ofrenda a Dios y Su obra se encuentra en 2 Corintios 9:6-7: “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”.

Durante los cultos o servicios públicos en la IBGC no se recogen ni se piden ofrendas como práctica particular y específica de nuestra iglesia. Los hermanos comprometidos que comprenden el privilegio y compromiso de dar ofrenda delante del Señor en gratitud por Su amorosa gracia, lo hacen en un sector dedicado a ello en el centro de reuniones o en forma digital a la cuenta de la iglesia según su preferencia.

11 – Los Servicios de Adoración

La adoración involucra un profundo sentido de sobrecogimiento religioso que se expresa en actos de devoción y servicio. El Señor Jesucristo nos dice que los verdaderos adoradores, adoran en espíritu y en verdad (Juan 4:24). El apóstol Pablo explicó que nosotros adoramos por el Espíritu de Dios (Filipenses 3:3), queriendo decir que la verdadera adoración sólo proviene de aquellos que han sido salvados por fe en el Señor Jesucristo y que tienen al Espíritu Santo viviendo en sus corazones. Adorar en espíritu también requiere de la apropiada actitud del corazón, no una simple observancia de ritos y rituales. Adorar en verdad significa adorar de acuerdo con lo que Dios ha revelado acerca de Sí en las Escrituras.

Para que nuestra adoración sea verdaderamente bíblica, no debe ir más allá de lo que está autorizado en la Biblia (Levítico 10:1; 1 Corintios 4:6), ciñéndose a la doctrina de Cristo (2 Juan 9; ver también Deuteronomio 4:12; 12:32; Apocalipsis 22:18-19). Libros escritos por hombres—un Libro de Confesiones, las Reglas del Orden, etc. —no se necesitan para adorar verdaderamente a Dios.

El ejemplo de la iglesia del primer siglo ayuda a determinar lo que constituye un verdadero servicio bíblico de adoración. Se celebraba la cena de la comunión (Hechos 20:7), se oraba (1 Corintios 14:15-16), se cantaban cánticos para la gloria de Dios (Efesios 5:19), se recogía una ofrenda (1 Corintios 16:2), se leían las Escrituras (Colosenses 4:16), y se proclamaba la Palabra de Dios (Hechos 20:7).

La cena de la comunión es el tiempo prioritario para adorar a nuestro Señor mientras se conmemora la muerte de Jesús hasta que regrese (1 Corintios 11:25-26). Al igual que con la Cena del Señor, la oración también debe ajustarse al patrón divino enseñado en las Escrituras. Las oraciones deben dirigirse solamente a Dios (Nehemías 4:9; Mateo 6:9), nunca a ninguna persona muerta, como es la práctica de otras comunidades. No estamos autorizados a utilizar artículos como cuentas de rosario ni "ruedas de oración", ni ningún otro tipo de instrumento o intermediario. Más importante aún, nuestras oraciones deben estar en armonía con la voluntad de Dios.

En base al ejemplo de la iglesia primitiva, cantar es una parte esencial del culto. El apóstol Pablo manda a "hablar entre nosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Efesios 5:19-20). Cantar conjuntamente transmite una verdad dicha con música como una forma de enseñar (Colosenses 3:16), ya que tanto el espíritu como la mente están ocupados en el proceso de aprendizaje (1 Corintios 14:15-16).

El artículo "Cómo debe ser la música que acompañe nuestros cantos en la iglesia", publicado en el sitio web Coalición por el Evangelio, aborda la importancia de la música en el contexto de los servicios religiosos y resulta una referencia útil en la selección de la música para los servicios. El autor, Sugel Michelén, destaca la necesidad de que la música esté en armonía con el mensaje de las letras de los cantos, evitando que esta distraiga de la palabra de Dios y del significado profundo de la doctrina en las canciones.

Michelén enfatiza la relevancia de que la música utilizada en la adoración se alinee con la cosmovisión bíblica, reflejando los valores y principios cristianos. En este sentido, la música debe ser seleccionada cuidadosamente para que resuene con el tema central del canto y contribuya a crear una atmósfera sagrada para la adoración a Dios.

Además de la coherencia temática, el autor resalta la importancia de la adecuación de la música a la ocasión específica en la que se utiliza. Por ejemplo, la música para un momento de oración solemne y reverente debe ser distinta a la música elegida para un canto de celebración y alegría. En cualquier caso, aspectos como el volumen demasiado alto, la percusión (baterías), los ritmos acelerados, sonidos distorsionados y los gritos son claramente inapropiados para el culto.

En definitiva, el artículo invita a reflexionar sobre el papel de la música en la adoración, enfatizando que esta debe ser un instrumento que sirva para glorificar a Dios y no para entretener a la congregación. La música, cuando se utiliza de manera adecuada, puede potenciar la experiencia espiritual de los creyentes y contribuir a crear un ambiente de profunda reverencia hacia Dios durante los servicios religiosos. 

Otra parte de la verdadera adoración bíblica es dar las ofrendas voluntarias el primer día de la semana, como Pablo instruyó a la iglesia corintia: "En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas" (1 Corintios 16:1-2). La dádiva regular para el mantenimiento de la obra del Señor es una seria responsabilidad y forma parte de la verdadera adoración bíblica. La ofrenda debe ser vista como una bendición, no como algo oneroso, o un motivo de quejas (2 Corintios 9:7). Adicionalmente, ofrendar es el único método bíblico para financiar la obra de la iglesia de Jesucristo. No estamos autorizados para conducir negocios, llevar a cabo partidos de bingo, organizar conciertos vendiendo entradas en la puerta, etc. La iglesia de Cristo no debe ser jamás una empresa comercial (Mateo 21:12-13).

Por último, predicar y enseñar son elementos principales de la verdadera adoración bíblica. Debemos enseñar sólo las Escrituras, ya que la Escritura es el único medio para equipar a los creyentes para la vida y toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17). El buen predicador o maestro enseñará sólo la Palabra en forma expositiva y secuencial (preferiblemente), y confiará que el Espíritu de Dios hará Su obra en las mentes y corazones de sus oyentes. Como Pablo instó a Timoteo: “que prediques la Palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.” (2 Timoteo 4:2). Una reunión en la iglesia que no incluya la Palabra de Dios como principal componente, no es un verdadero servicio bíblico de adoración.

 "Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia" (Hebreos 12:28-29).

12 – La Crianza y Cómo Evangelizar a los Hijos

Para los padres, el cumplir el mandamiento de Cristo de hacer discípulos por todas las naciones comienza en el hogar—con sus hijos. De hecho, pocas experiencias traen mayor gozo a los padres cristianos que el ver a sus hijos venir a Cristo. El proceso de evangelización de los hijos, sin embargo, puede llegar a ser una tarea abrumadora. Para muchos padres, las preguntas son tan prácticas como desconcertantes: ¿Cómo debería de presentar el evangelio a mis hijos? ¿Cuál es la mejor forma de hacerlo? ¿Cómo sé si lo estoy haciendo bien? Las dificultades, tanto reales como imaginarias, intimidan virtualmente a cada padre que considera su responsabilidad. Por una parte, existe el peligro de llevar a los hijos a pensar que son salvos cuando en realidad no lo son. Por otro lado, existe el riesgo de desanimar a aquellos que expresan un deseo genuino de seguir a Cristo. Por lo tanto, ¿cómo deberíamos evangelizar a nuestros hijos? La respuesta no es fácil, pero se puede comenzar reconociendo y evitando algunos de los errores comunes que se dan en el evangelismo de niños.

Errores comunes al evangelizar a los hijos

Simplificar demasiado el evangelio de Cristo

Debido a que la comprensión de un niño está menos desarrollada que la de un adulto, la tentación para muchos padres es simplificar demasiado el mensaje del evangelio cuando les hablan a sus hijos. Algunas veces estos métodos de evangelización programados para niños, que a menudo abrevian el evangelio, minimizan las demandas del evangelio, o simplemente dejan a un lado aspectos claves de este. Al igual que los adultos, los niños deben de ser capaces de entender claramente el evangelio antes de poder ser salvos. Esto incluye entender conceptos tales como el bien y el mal, el pecado y el castigo, el arrepentimiento y la fe, la santidad de Dios y su ira hacia el pecado, la deidad de Cristo y su expiación del pecado, y la resurrección y el señorío de Cristo. Ciertamente, los padres tienen que usar terminología que los niños puedan comprender y ser claros en la comunicación del mensaje, pero cuando la Escritura habla sobre enseñar a los niños la verdad espiritual, enfatiza la minuciosidad (Deut. 6:6-7). El simplificar la verdad excesivamente es más peligroso que dar demasiados detalles. Es la verdad—la Palabra—la que salva, pero esa verdad debe de ser comprendida.

Coaccionar la profesión de fe

Después de simplificar demasiado el evangelio, muchos padres solicitan algún tipo de respuesta activa al mensaje—levantar la mano en un contexto de grupo, la repetición de la “oración del pecador” en el regazo de la madre, o casi cualquier cosa que se pueda considerar como una respuesta positiva. Los niños casi siempre responderán de la manera que los padres les pidan—sin que eso garantice en absoluto la autenticidad del acto de fe en Cristo. En lugar de intentar que los niños hagan la “oración del pecador” o engatusarles para que den una respuesta superficial, los padres deben de enseñarles el evangelio de manera fiel, paciente y minuciosa, y orar diligentemente por su salvación, teniendo siempre en cuenta que Dios es el único que salva. No existe la necesidad de coaccionar o presionar para que salga la confesión de la boca del niño, el arrepentimiento genuino traerá la confesión cuando el Señor toque su corazón en respuesta al evangelio. Y con el paso del tiempo, no está bien asegurar a quien hizo una oración cuando era niño, que eso es la evidencia de su salvación.

Asumir el hecho de la regeneración

Otro fallo es asumir que la respuesta positiva del niño al evangelio es una fe salvífica hecha y derecha. La tentación en este caso es considerar la regeneración como algo hecho, debido a una indicación externa de que el niño ha creído. No se puede asumir, sin embargo, que cada profesión de fe refleja la obra genuina de Dios en el corazón (Mat. 7:21-23), y esto es particularmente cierto en el caso de los niños. Los niños a menudo responden positivamente al evangelio por un sinfín de razones, muchas de las cuales no están relacionadas con una conciencia de pecado o un entendimiento correcto de la verdad espiritual. Muchos niños, por ejemplo, hacen profesión de fe por la presión ejercida por sus compañeros en la iglesia o un deseo de agradar a sus padres.

Además, las Escrituras indican que los niños tienden a ser inmaduros (1 Co. 13:11; 14:20), ingenuos (Pro. 1:4), necios (Pro. 22:15), caprichosos (Isa. 3:4), incoherentes e indecisos (Mat. 11:16-17), e inestables y que fácilmente se les engaña (Ef. 4:14). Los niños a menudo piensan que han comprendido, cuando en verdad no lo han hecho, todas las implicaciones que conlleva un compromiso. Su juicio es superficial y su habilidad de ver las implicaciones de sus decisiones es muy débil. A pesar de tener las mejores intenciones, rara vez tienen la habilidad de pensar más allá del día presente, ni perciben hasta qué punto sus decisiones afectarán al mañana. Esto hace que los niños sean más vulnerables a engañarse a sí mismos, y hace más difícil para un padre el discernir el trabajo salvífico de Dios en sus corazones. Por esta razón, sólo al ser probadas por las circunstancias de la vida, según el niño madura, las convicciones y creencias que el niño afirma, los padres podrán comenzar a entender de una manera más determinada su dirección espiritual. Mientras que muchas personas se comprometen con Cristo de forma genuina cuando son niños, muchos otros—tal vez la mayoría—no llegan a tener un entendimiento adecuado del evangelio hasta la adolescencia. Otros que han hecho profesión de fe en Cristo en su niñez se apartan. Es apropiado, por lo tanto, que los padres sean cautelosos al afirmar la profesión de fe de su hijo y no se apresuren a tomar cualquier muestra de compromiso como una prueba decisiva de conversión.

Asegurar la salvación del niño

Después de estar convencidos de que el niño es salvo, muchos padres tratan de asegurar verbalmente al niño su salvación. Como consecuencia de esto, la iglesia está llena de adolescentes y adultos cuyos corazones están faltos de un verdadero amor por Cristo, pero que piensan que son cristianos genuinos por algo que hicieron cuando eran niños. Es el papel del Espíritu Santo—no el del padre—el dar la seguridad de la salvación (Ro. 8:15-16). Demasiadas personas, cuyos corazones están fríos hacia las cosas del Señor, creen que van al cielo simplemente porque respondieron positivamente a una invitación evangelística cuando eran niños. Al haber “pedido que Jesús entre en su corazón”, se les dio una falsa seguridad, nunca se les enseño a examinarse a si mismos, y, en cambio, se les enseño a hacer caso omiso a las dudas acerca de su salvación. Los padres deben de elogiar y regocijarse ante la evidencia de la salvación genuina de sus hijos solamente cuando sepan que entienden el evangelio, lo creen, y manifiestan las evidencias genuinas de una salvación real—devoción a Cristo, obediencia a su Palabra, y amor a otros.

Apresurar el mandato del bautismo

Un último error, que muchos padres comenten, es hacer que sus hijos se bauticen inmediatamente después de que hacen profesión de fe. Aunque las Escrituras ordenan que los creyentes han de ser bautizados (Mat. 28:19; Hch. 2:38), es mejor no apresurar, en el caso de un niño, el cumplimiento del mandato del bautismo. Como se ha afirmado anteriormente, es extremadamente difícil reconocer la salvación genuina de un niño. En lugar de meterles prisa para que se bauticen después de su profesión inicial de fe, es más sabio aprovechar las oportunidades que surjan para charlar con ellos y esperar a observar las evidencias significativas que nos den a entender que su compromiso es duradero. Incluso si un niño puede decir lo suficiente en su testimonio como para dar a entender que comprende y acepta el evangelio, el bautismo debería de esperar hasta que se manifiesten en su vida las evidencias de una regeneración que se produce independientemente del control paterno. Una sana práctica es esperar hasta que un niño, que profesa ser cristiano, cumpla los doce años para que sea bautizado. Debido a que el bautismo es visto como algo claro y definitivo, nuestra principal preocupación es que cuando un niño se bautiza tienda a ver esa experiencia como la prueba de que ha sido salvo. Por lo tanto, en el caso de un niño que se ha bautizado, pero que no ha sido regenerado—lo cual no es insólito en las iglesias en general—el bautismo, de hecho, le perjudica. Es mejor esperar hasta que la realidad de la cual el bautismo testifica pueda ser discernida más fácilmente.

Claves fundamentales al evangelizar a los hijos

No es suficiente que los padres simplemente eviten los errores comunes que generalmente se cometen—también deben tratar de poner en práctica las siguientes claves al evangelizar a los niños.

Establecer un ejemplo piadoso que es coherente

El evangelizar a los niños no consiste simplemente en verbalizar el evangelio de boca, sino también en ejemplificarlo en la vida de uno. Según los padres explican las verdades de la Palabra de Dios, los niños tienen la oportunidad de observar sus vidas de cerca y ver si ellos creen seriamente lo que les están enseñando. Cuando los padres son fieles no sólo en proclamar, sino también en vivir el evangelio, el impacto es profundo. Debido a que el matrimonio es un retrato de la relación de Cristo con la Iglesia (Efe. 5:22-33), la relación entre los padres como marido y mujer es especialmente significativa. De hecho, aparte del compromiso de los padres con Cristo, la base más importante para educar a los hijos con éxito es un matrimonio sano que se centre en Cristo. El establecer un ejemplo piadoso y coherente es indispensable.

Proclamar el evangelio de Cristo en su totalidad

El corazón del evangelismo es el mismo evangelio, “porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro. 1:16). Si un niño va a arrepentirse y creer en Cristo, esto sucederá por medio de la proclamación del mensaje de la cruz (1 Co. 1:18-25; 2 Ti. 3:15; Stg. 1:18; 1 Pe. 1:23-25). Los niños no se salvarán de otra manera que no sea por medio del evangelio. Por esta razón, los padres tienen que enseñar a sus hijos la ley de Dios, instruirles en el evangelio de la gracia divina, mostrarles su necesidad de un Salvador, y dirigirles a Jesucristo como el único que puede salvarles. Es mejor empezar desde el principio—Dios, la creación, la caída, el pecado, la salvación, y la vida, muerte y resurrección de Cristo. Según van enseñando a sus hijos, los padres deben de resistir la tentación de rebajar o ablandar las demandas del evangelio y proclamar el mensaje en su totalidad. La necesidad de rendir su vida al señorío de Cristo, por ejemplo, no es demasiado difícil de entender para un niño. Cualquier niño que sea lo suficientemente mayor para entender lo básico del evangelio, es también capaz de confiar plenamente en Él, y responder con la clase de arrepentimiento más puro y sincero. La clave es ser claro y minucioso. Los padres más que ninguna otra persona tienen el tiempo y las oportunidades para explicar e ilustrar las verdades del evangelio, así como clarificar y repasar los aspectos más difíciles del mensaje. El padre que es sabio será fiel, paciente, y persistente, teniendo el cuidado de considerar cada momento de la vida del niño como una oportunidad para enseñarle (Deut. 6:6-7). Tal oportunidad de enseñanza, también se encuentra en la responsabilidad de los padres de disciplinar y corregir a sus hijos cuando desobedecen (Ef. 6:4). En lugar de tratar simplemente de modificar la conducta, el padre sabio verá la disciplina como una oportunidad para ayudar a sus hijos a darse cuenta de su fracaso e incapacidad de obedecer, y subsecuentemente, su necesidad de ser perdonado en Cristo. De esta manera, la disciplina y la corrección se usan para llevar al niño al sobrio entendimiento de que es pecador, lo cual le llevará a la cruz de Cristo, donde los pecadores pueden ser perdonados. Según los padres explican el evangelio y exhortan a sus hijos a responder al mismo, es mejor que eviten enfatizar las acciones externas, tales como recitar “la oración del pecador”. Existe un sentido de urgencia en el mensaje mismo del evangelio—y está bien que los padres resalten ese sentido de urgencia en el corazón del niño—pero el énfasis debe de mantenerse en la respuesta interna a la que las Escrituras llaman a los pecadores: Arrepentirse de sus pecados y tener fe en Cristo. Así como los padres enseñen diligentemente el evangelio y aprovechen cada oportunidad cotidiana para instruir a sus hijos en la verdad de la Palabra de Dios, podrán empezar a ver los indicios de que sus hijos ciertamente se han arrepentido y creído.

Entender las evidencias bíblicas de la salvación

La evidencia de que alguien se ha arrepentido genuinamente de sus pecados y ha creído en Cristo es la misma tanto para un niño como para un adulto—transformación espiritual. De acuerdo con las Escrituras, el verdadero creyente sigue a Cristo (Jn. 10:27), confiesa sus pecados (1 Jn. 1:9), ama a sus hermanos (1 Jn. 3:14), obedece los mandamientos de Dios (Jn. 2:3; 15:14), hace la voluntad de Dios (Mat. 12:50), permanece en la Palabra de Dios (Jn. 8:31), guarda la Palabra de Dios (Jn. 17:6), y hace buenas obras (Ef. 2:10).

Los padres deberían de buscar el crecimiento progresivo de esta clase de frutos en la vida de sus hijos mientras continúan instruyéndoles en las verdades del evangelio. Además, los padres deberían de esforzarse fervientemente a la hora de enseñar a sus hijos sobre Cristo y su necesidad de ser salvos, pero también deberían reconocer que una parte esencial de esa labor es protegerles de que piensen que son salvos cuando no lo son. El entender las evidencias bíblicas de la salvación—y explicárselas a sus hijos—es fundamental en esta tarea de protección.

Alentar los posibles indicios de conversión

Debido a la inmadurez, y las idas y venidas de los niños, es una tentación para algunos padres considerar triviales o incluso absurdas las expresiones de fe de sus hijos. Por el contrario, los padres deberían de alentar cualquier indicio de fe en sus hijos y aprovechar la ocasión para enseñarles más sobre Cristo y el evangelio. Cuando un niño expresa el deseo de aprender más sobre Cristo, los padres deberían de fomentar ese deseo y alentarle cuando vean posibles evidencias de conversión.

Incluso si los padres llegan a la conclusión de que es demasiado pronto para considerar el interés de su hijo por Cristo como una fe madura, no deben de ridiculizar esa profesión de fe como falsa, porque puede que sea la semilla de la cual surja posteriormente una fe madura. En cambio, los padres deberían de seguir instruyéndole en las cosas de Cristo, enseñándole con paciencia y diligencia la verdad de la Palabra de Dios, y fijando siempre sus ojos en aquel que es capaz de tocar los corazones para que respondan ante el evangelio.

Confiar en la absoluta soberanía de Dios

La mayor necesidad de un niño es nacer de nuevo. La regeneración, sin embargo, no es algo que puedan hacer los padres por sus hijos. Los padres pueden presionar a sus hijos a que hagan una profesión de fe falsa, pero la fe y el arrepentimiento genuino sólo pueden ser concedidos por Dios, el cual regenera el corazón. En pocas palabras, el nacer de nuevo es la obra exclusiva del Espíritu Santo (Jn. 3:8). La salvación de los niños, pues, no puede ser producida por la fidelidad y diligencia de los padres, sino solamente por la obra soberana de Dios. Tal verdad debería de traer consuelo a los padres. Además, debería de motivarles a impregnar sus esfuerzos evangelísticos con oración a aquel que puede hacer la obra en donde ellos no pueden—en el corazón de su hijo.

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