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Nuestros Distintivos - Parte 1

1 - El Liderazgo de Ancianos Bíblico

Desde un punto de vista bíblico, el centro de atención del liderazgo de toda iglesia es el anciano. Un anciano es parte de la pluralidad de hombres bíblicamente calificados que pastorea y supervisa en conjunto la iglesia local. La palabra traducida “anciano” se usa cerca de veinte veces en Hechos y las epístolas en referencia a este grupo único de líderes que tienen la responsabilidad de supervisar al pueblo de Dios.

La Posición de Anciano

Como numerosos pasajes en el Nuevo Testamento indican, las palabras anciano (presbuteros), obispo (episkopos) y pastor (poimen) hacen referencia a la misma responsabilidad. En otras palabras, los obispos y pastores no son distintos de los ancianos; simplemente los términos son diferentes maneras de identificar a la misma gente. Las calificaciones para un obispo (episkopos) que se encuentran en 1 Timoteo 3:1-7, y las de un anciano (presbuteros) en Tito 1:6-9 son inconfundiblemente paralelas. De hecho, en Tito 1, Pablo usa ambos términos para referirse al mismo hombre (presbuteros en el v. 5 y episkopos en el v. 7). Estos términos se usan de manera intercambiable en Hechos 20. En el versículo 17, Pablo reúne a los ancianos (presbuteros) de la iglesia de Éfeso para darles un mensaje de despedida. En el versículo 28 dice: “mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (episkopos), para apacentar (poimaino) la iglesia del Señor”. Primera de Pedro 5:1-2 también usa los tres términos en el mismo contexto. Pedro escribe: “Ruego a los ancianos (presbuteros) que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad (poimaino) la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando (episkopeo) de ella, no por fuerza, sino voluntariamente”. Los diferentes términos, entonces, indican varias características en el ministerio, sin variar los niveles de autoridad o separar las responsabilidades, como algunas iglesias proponen.

Una Pluralidad de Ancianos

El patrón constante que se observa a través del Nuevo Testamento es que cada congregación local de creyentes estaba pastoreada por una pluralidad de ancianos establecidos por Dios. Es decir, este es el único modelo para el liderazgo de la iglesia dado en el Nuevo Testamento. En ningún lugar de las Escrituras se encuentra una asamblea local regida por la opinión de la mayoría o un solo pastor. El Apóstol Pablo dejó a Tito en Creta y le dio instrucciones de “establecer ancianos en cada ciudad” (Tito 1:5). Santiago dio instrucciones a sus lectores de “llamar a los ancianos de la iglesia” para orar por aquellos que estuvieran enfermos (Santiago 5:14). Cuando Pablo y Bernabé estaban en Derbe, Listra, Iconio y Antioquía, “constituyeron ancianos en cada iglesia” (Hechos 14:23). En la primera epístola de Pablo a Timoteo, el apóstol hace referencia a “los ancianos que gobiernan bien” en la iglesia en Éfeso (1 Timoteo 5:17; ver también Hechos 20:17, donde Pablo se dirige a “los ancianos de la iglesia” en Éfeso). El libro de los Hechos indica que había “ancianos” en la iglesia de Jerusalén (Hechos 11:30; 15:2, 4; 21:18). Una y otra vez, se hace referencia a una pluralidad de ancianos en cada una de las iglesias. De hecho, en cada lugar del Nuevo Testamento donde se usa el término presbuteros (“anciano”) se hace en plural, excepto donde el apóstol Juan lo usa en referencia a sí mismo en 2 y 3 de Juan y donde Pedro lo usa en referencia a sí mismo en 1 Pedro 5:1. En ningún lugar del Nuevo Testamento hay una referencia a una congregación dirigida por un solo pastor. Puede ser que cada anciano en la ciudad tuviera un grupo específico al que supervisaba de una manera especial, pero la iglesia era vista como una, y las decisiones se tomaban a través de un proceso colectivo y en referencia al grupo, y no a las partes individuales. En otros pasajes, se hace referencia a una pluralidad de ancianos, incluso cuando la palabra presbuteros no se usa. En la salutación de la epístola a los Filipenses, Pablo se refiere a los “obispos (plural de episkopos) y diáconos” en la iglesia de Filipos (Fil. 1:2). En Hechos 20:28, Pablo advirtió a los ancianos de la iglesia de Éfeso, “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (plural de episkopos)”. El escritor de Hebreos llamó a sus lectores a obedecer y someterse a los “líderes” que tienen cuidado de sus almas (Hebreos 13:17). Pablo exhorta a sus lectores en Tesalónica a “reconocer a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan” (1 Tesalonicenses 5:12); una referencia clara a los obispos en la asamblea de Tesalónica.

Se puede decir mucho de los beneficios de un liderazgo compuesto por una pluralidad de hombres piadosos. Su consejo y sabiduría en conjunto ayudan a asegurar que las decisiones no son la voluntad o están al servicio de un sólo individuo (cf. Proverbios 11:14). Si hay división entre los ancianos a la hora de tomar decisiones, todos los ancianos deberían estudiar, orar y buscar la voluntad de Dios conjuntamente hasta que se alcance el consenso. Como se detalla más adelante, existen asuntos de primer orden en los que se da participación a la congregación para las decisiones finales. De esta forma, la unidad y armonía que el Señor desea para la iglesia comenzará con aquellos que ha escogido para pastorear Su rebaño y se extenderá a toda la congregación.

Los Requisitos de los Ancianos

La identidad y eficacia de cualquier iglesia están directamente relacionadas a la calidad de su liderazgo. Esto es por lo que las Escrituras remarcan la importancia de un liderazgo de la iglesia calificado y marca estándares específicos para evaluar a aquellos que sirvan en esta posición. Los requisitos para los ancianos se encuentran en 1 Timoteo 3:2-7 y Tito 1:6-8. De acuerdo con estos pasajes, el anciano debe de ser irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro, que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad, no un neófito, que tenga buen testimonio de los de afuera, dueño de sí mismo, sensible, capaz de exhortar en sana doctrina y de rebatir a aquellos que la contradicen, irreprensible como administrador de Dios, que no sea iracundo, sobrio, amante de lo bueno, justo y santo. El requisito global que es apoyado por el resto es que sea “irreprensible”. Es decir, debe de ser un líder que no pueda ser acusado de nada pecaminoso, ya que tiene una reputación sin mancha. El anciano debe ser irreprensible en su vida matrimonial, su vida social, su trabajo y su vida espiritual. De esta manera, tiene que ser un modelo de piedad, para que así pueda legítimamente llamar a la congregación a seguir su ejemplo (Filipenses 3:17). El resto de los requisitos, excepto tal vez la habilidad de enseñar y administrar, únicamente desarrollan esta idea. Además, la posición de anciano está limitada a los hombres. Primera de Timoteo 2:11-12 dice, “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio.” En la iglesia, las mujeres deben estar bajo la autoridad de los ancianos, excluidas de enseñar a los hombres o de tener posiciones de autoridad sobre ellos.

Las Funciones de los Ancianos

Cuando la época apostólica llegó a su fin, la posición de anciano emergió como el máximo cargo dentro del liderazgo de la iglesia local, por lo que llevaba una gran responsabilidad. No había un tribunal de apelación superior, ni mejor recurso para conocer la mente y el corazón de Dios con respecto a los asuntos de la iglesia. La responsabilidad principal de un anciano es la de servir en la administración y el cuidado de la iglesia (1 Timoteo 3:5). Esto conlleva un gran número de obligaciones específicas. Como supervisores espirituales del rebaño, los ancianos tienen que determinar la política de la iglesia (Hechos 15:22); supervisar la iglesia (Hechos 20:28); ordenar a otros (1 Timoteo 4:14); gobernar, enseñar y predicar (1 Timoteo 5:17; cf. 1 Tesalonicenses 5:12; 1 Timoteo 3:2); exhortar y refutar (Tito 1:9); y actuar como pastores, siendo un ejemplo para todos (1 Pedro 5:1-3). Estas responsabilidades ponen a los ancianos en el corazón del trabajo de la iglesia del Nuevo Testamento. Se admite la participación congregacional en la afirmación y toma de decisiones relativas a controversias doctrinales de primer orden, admisión de nuevos miembros y expulsión de la congregación de miembros en rebeldía manifiesta según los procedimientos que la iglesia determine. 

2 - El Lugar del Señorío de Cristo en La Salvación

El Evangelio que Jesús proclamó era un llamado al discipulado, un llamado a seguirle en obediencia sumisa no era únicamente una invitación a tomar una decisión o hacer una oración. El mensaje de Jesús liberaba a la gente de la esclavitud del pecado, y al mismo tiempo confrontaba y condenaba la hipocresía. Era una oferta de vida eterna y perdón para los pecadores arrepentidos, pero al mismo tiempo una reprimenda a las personas aparentemente religiosas, cuyas vidas estaban desprovistas de una justicia verdadera. Este mensaje advertía a los pecadores de que debían abandonar el pecado y adoptar la justicia de Dios. Las palabras de nuestro Señor eran invariablemente acompañadas con avisos a aquellos que pudieran verse tentados a tomar la salvación a la ligera. El enseñaba que el precio por seguirle es alto, que el camino es estrecho y pocos pueden encontrarlo. Él dijo que muchos de los que le llaman Señor serán apartados de poder entrar en el reino de los cielos (Mateo 7:13-23). La mayoría de los evangélicos de hoy en día ignoran estos avisos. La postura prevaleciente de lo que constituye una fe salvadora continúa creciendo cada vez más, mientras que el retrato de Cristo en predicaciones y testimonios se vuelve borroso. Cualquiera que afirma ser cristiano puede encontrarse con evangélicos dispuestos a aceptar una profesión de fe, ya sea que se vean evidencias en la vida de la persona de compromiso con Cristo o no. De esta manera, la fe ha llegado a ser un mero ejercicio intelectual. En lugar de llamar a hombres y mujeres a rendirse a Cristo, los evangélicos modernos sólo les piden que acepten algunos hechos básicos acerca de Él. Este entendimiento superficial de la salvación y el evangelio, conocido como “fácil creencia”, está en severo contraste con lo que la Biblia enseña. Diciéndolo de forma sencilla, el evangelio llama a una fe que presupone que el pecador debe arrepentirse de su pecado y ceder ante la autoridad de Cristo. Esto, en pocas palabras, es lo que generalmente se denomina el señorío de Cristo en la salvación.

Los Distintivos del Señorío de Cristo en la Salvación

Hay muchos estatutos de fe que son fundamentales para cualquier enseñanza evangélica. Por ejemplo, todos los creyentes están de acuerdo con las siguientes verdades: (1) la muerte de Cristo compró la salvación eterna; (2) los salvos son justificados por gracia a través de la fe únicamente en Cristo; (3) los pecadores no pueden ganar el favor divino; (4) Dios no requiere buenas obras de preparación, ni reforma anterior a la salvación; (5) la vida eterna es un regalo de Dios; (6) los creyentes son salvos antes de que su fe produzca obra justa alguna; y (7) los cristianos pueden y de hecho pecan, en algunas ocasiones de una forma horrible. ¿Cuáles, entonces, son las características del señorío de Cristo en la salvación? ¿Qué es lo que enseñan las Escrituras que es aceptado por aquellos que afirman el señorío de Cristo en la salvación, pero que es rechazado por los que proponen la “creencia fácil”? Las siguientes, son nueve características de un entendimiento bíblico de la salvación y el evangelio.

Primero, las Sagradas Escrituras enseñan que el evangelio llama a los pecadores a una fe que debe estar unida al arrepentimiento (Hechos 2:38; 17:30; 20:21; 2Pedro 3:9). El arrepentimiento consiste en apartarse del pecado (Hechos 3:19; Lucas 24:47), lo cual no consiste en una obra humana, sino en la gracia divina conferida (Hechos 11:18; 2 Timoteo 2:25). Es un cambio del corazón, pero el arrepentimiento genuino resultará también en un cambio de conducta (Lucas 3:8; Hechos 26:18-20). Por el contrario, la “creencia fácil” enseña que el arrepentimiento es simplemente un sinónimo de fe y que no es necesario apartarse del pecado para salvarse.

En segundo lugar, la Biblia enseña que la salvación es totalmente obra de Dios. Aquellos que creen, son salvos independientemente de sus propios esfuerzos (Tito 3:5). Incluso la fe es un regalo de Dios, no una obra humana (Efesios 2:1-5, 8). Por lo tanto, la fe real no puede ser defectuosa o efímera, sino que permanece para siempre (Filipenses 1:6; cf. Hebreos 11). Por el contrario, la creencia fácil enseña que la fe puede que no perdure y que un cristiano verdadero puede dejar de creer por completo.

Tercero, las Escrituras enseñan que el objeto de la fe es Cristo, y no una promesa o un credo (Juan 3:16). Por lo tanto, la fe implica un compromiso personal con Cristo (2 Corintios 5:15). En otras palabras, todo cristiano verdadero sigue a Jesús (Juan 10:27- 28). Por el contrario, la creencia fácil enseña que la fe consiste simplemente en estar convencido o dar crédito a la verdad del evangelio, sin incluir un compromiso personal con Cristo.

En cuarto lugar, las Escrituras enseñan que la fe verdadera inevitablemente produce una vida transformada (2 Corintios 5:17). La salvación incluye una transformación del interior de la persona (Gálatas 2:20). La naturaleza del cristiano es nueva y diferente (Romanos 6:6). El patrón continuo de pecado y enemistad con Dios no continuará cuando una persona es nacida de nuevo (1 Juan 3:9-10). Aquellos que tienen una fe genuina siguen a Jesús (Juan 10:27), aman a sus hermanos (1 Juan 3:14), obedecen los mandamientos de Dios (1 Juan 2:3; Juan 15:14), hacen la voluntad de Dios (Mateo 12:50), permanecen en la Palabra de Dios (Juan 8:31), cumplen la Palabra de Dios (Juan 17:6), hacen buenas obras (Efesios 2:10) y continúan en la fe (Colosenses 1:21-23; Hebreos 3:14). Por el contrario, la creencia fácil enseña que, aunque algún fruto espiritual es inevitable, ese fruto puede que no sea visto por otros, y así, los cristianos pueden incluso caer en un estado permanente de aridez espiritual.

Quinto, las Escrituras enseñan que el regalo de Dios de la vida eterna incluye todo lo que está relacionado con esta vida y nuestra semejanza a Él, y que no es simplemente una entrada al cielo (2 Pedro 1:3; Romanos 8:32). Por el contrario, según la creencia fácil, sólo los aspectos judiciales de la salvación (es decir, justificación, adopción y santificación posicional) están garantizados en la vida de los creyentes, y que la santificación práctica y el crecimiento en la gracia requieren un acto de dedicación posterior a la conversión.

En sexto lugar, la Biblia enseña que Jesús es el Señor de todo y que la fe que demanda implica una rendición incondicional (Romanos 6:17-18; 10:9-10). En otras palabras, Cristo no confiere vida eterna a aquellos cuyos corazones permanecen contra El (Santiago 4:6). La rendición al señorío de Cristo no es algo que se haya añadido a los términos bíblicos referentes a la salvación, sino que el llamado a rendirse es lo esencial en la invitación del evangelio a lo largo de las Escrituras. En contraste a esto, la creencia fácil enseña que la sumisión a la autoridad suprema de Cristo no atañe a la salvación.

Séptimo, las Escrituras enseñan que aquellos que creen verdaderamente, amarán a Cristo (1 Pedro 1:8-9; Romanos 8:28-30; 1 Corintios 16:22), y, por lo tanto, anhelarán obedecerle (Juan 14:15, 23). Por el contrario, la creencia fácil enseña que los cristianos pueden caer en un estado de carnalidad durante toda su vida.

En octavo lugar, las Escrituras enseñan que la conducta es una prueba importante de la fe. La obediencia es evidencia de que la fe de una persona es real (1 Juan 2:3). Sin embargo, el que permanece totalmente indispuesto a obedecer a Cristo no da evidencia de una fe verdadera (1 Juan 2:4). Por el contrario, la creencia fácil enseña que la desobediencia y el pecado prolongado de una persona no son razón para dudar de la veracidad de su fe.

Noveno, la Biblia enseña que los creyentes genuinos pueden tropezar y caer, pero permanecerán en la fe (1 Corintios 1:8). Aquellos que se apartan completamente del Señor demuestran que nunca fueron nacidos de nuevo de una manera verdadera (1 Juan 2:19). Por el contrario, la creencia fácil enseña que el creyente verdadero puede abandonar completamente a Cristo, llegando al punto de no creer.

La mayoría de los cristianos reconocen que estos nueve distintivos no son ni ideas nuevas, ni radicales. A través de los siglos, la mayoría de los cristianos que creen en la Biblia han afirmado estos como principios ortodoxos básicos. De hecho, ningún movimiento ortodoxo importante en la historia del cristianismo ha enseñado que los pecadores pueden rechazar el señorío de Cristo y todavía clamarle como su Salvador. Este asunto no es trivial. De hecho, ¿Qué otro asunto podría ser más importante? El evangelio que es presentado a los inconversos tiene consecuencias eternas. Si es el evangelio verdadero puede dirigirlos al reino eternal. Pero si es un mensaje corrompido, puede dar lugar a que las personas que no son salvas tengan una esperanza falsa de salvación, cuando están condenadas a perdición eterna. Este no es meramente un asunto para que los teólogos lo discutan, debatan y especulen. Es algo que cada pastor y laico debe entender para que el evangelio pueda ser correctamente proclamado a todas las naciones.

3 - La Disciplina de la Iglesia

En ocasiones, algún cristiano se desviará de la comunión con los creyentes y se encontrará atrapado por el pecado, ya sea por ignorancia o por voluntad propia. Es, entonces, cuando se hace necesario que la iglesia, y en concreto los pastores, busquen activamente el arrepentimiento de ese creyente. Como pastores del rebaño, los ancianos aman a las ovejas y son responsables delante del Señor por su bien espiritual, incluyendo a las ovejas descarriadas. Como en la parábola que Jesús relata en Lucas 15:3-8, es tiempo de gozo, tanto en el cielo como en la iglesia, cuando una oveja perdida se arrepiente. Una de las maneras en que la iglesia busca restaurar en amor a los creyentes descarriados, es por medio del proceso de la disciplina de la iglesia. En Mateo 18, el Señor explica a sus discípulos como responder ante un creyente que vive en pecado. Los principios que Jesús establece deben regir a los que guíen al cuerpo de Cristo a la hora de implementar la diciplina de la iglesia hoy en día.

El Propósito de la Disciplina

El propósito de la disciplina de la iglesia es la restauración espiritual de los miembros caídos, así como el consecuente fortalecimiento de la iglesia y la glorificación de Dios. Cuando un creyente que está viviendo en pecado es reprendido y se arrepiente, es perdonado y recuperado de nuevo a la comunión con la iglesia y su cabeza, Jesucristo. Por lo tanto, el objetivo de la disciplina de la iglesia no es echar a la gente o alimentar la auto justicia de los que disciplinan, así como tampoco avergonzar o ejercer autoridad y poder de una manera que no es bíblica. El propósito es restaurar en santidad al creyente que está pecando y restablecer la relación con la asamblea. En Mateo 18:15, Jesús dice, “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.” La palabra en griego, traducida “ganado”, se usaba originalmente para expresar la acumulación monetaria de riquezas. Aquí en especial, se refiere a la recuperación de algo de valor que se había perdido, en este caso, un hermano. Cuando un hijo de Dios se extravía, se pierde un tesoro valioso y la iglesia no debe contentarse hasta que es recuperado. El cuerpo de Cristo se dedica a recuperar y restaurar (Gálatas 6:1), y este es el verdadero propósito de la disciplina.

El Proceso de la Disciplina

En Mateo 18:15-17, Jesús establece los cuatro pasos en el proceso de disciplina: (1) decirle su pecado a solas; (2) tomar testigos; (3) informar a la iglesia; (4) tratarle como a un incrédulo. Primer paso (Mateo 18:15). El proceso de disciplina comienza a nivel individual. Jesús dijo, “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos” (v. 15a). En este caso, el creyente debe acudir personalmente al hermano que está pecando, y confrontarlo con un espíritu de humildad y mansedumbre. Esta confrontación implica exponerle su pecado, para que sea consciente de él, y llamarle a que se arrepienta. Si el hermano se arrepiente como resultado de la confrontación privada, es perdonado y restaurado (v. 15b).

Segundo paso (Mateo 18:16). Si el hermano que está en pecado rechaza escuchar a la persona que le ha amonestado en privado, el siguiente paso en el proceso es tomar a uno o más creyentes para confrontarle de nuevo (v. 16a). El propósito al seleccionar a otros hermanos es “para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra” (v. 16b). En otras palabras, los testigos están presentes para confirmar que el pecado ha sido cometido, que el hermano en pecado ha sido amonestado apropiadamente y que este no se ha arrepentido. La presencia de testigos es un medio de protección para el hermano en pecado, así como para el que le amonesta. Después de todo, una persona con prejuicios podría erróneamente afirmar, “Bueno, intenté confrontarlo, pero no se arrepintió.” Sería presuntuoso pensar que la decisión final pudiera ser tomada por una sola persona, especialmente si se cometió el pecado contra esa persona. Por lo tanto, los testigos tienen que confirmar si el hermano amonestado se ha arrepentido de corazón o, por el contrario, permanece indiferente y rebelde. Este testimonio provee la base para acciones posteriores, ya que la situación ha sido verificada sin basarse únicamente en el testimonio de una persona. Habiendo llegado a este punto, debería de existir la esperanza de que los testigos que le han confrontado no tuvieran que testificar contra él ante el resto de la congregación. En el mejor de los casos, la reprimenda añadida de los testigos será suficiente para inducir al cambio, que tal vez la primera amonestación no causó en su corazón. Si este cambio se produce, el hermano es perdonado y restaurado, dando el asunto por terminado.

Tercer paso (Mateo 18:17a). Si el hermano que está en pecado rehúsa escuchar o responder a la confrontación de los testigos, entonces, después de un tiempo, los testigos deberán comunicárselo a la iglesia (v. 17a). La manera más apropiada de hacerlo es llevar el asunto a los ancianos, los cuales supervisarán su comunicación a la asamblea. ¿Cuánto tiempo deberían de estar los testigos llamando al creyente amonestado al arrepentimiento antes de comunicárselo a la iglesia? Los ancianos evitan llevar a cabo el tercer y el cuarto paso del proceso de disciplina hasta que están absolutamente seguros de que el creyente ha pecado o continúa en pecado, y que ha rehusado arrepentirse después de haber sido apropiadamente confrontado. Los ancianos le envían una carta por correo certificado advirtiéndole de que el tercer (o cuarto) paso del proceso de disciplina se llevará a cabo si no se recibe alguna muestra de su arrepentimiento antes de una fecha específica. Una vez que el tiempo se cumple, el pecado y la negativa a arrepentirse se darán a conocer públicamente, ya sea ante toda la congregación, en un servicio de comunión o en su grupo de comunión. Cuando se lleva a cabo este tercer paso se acostumbra a indicar claramente a la congregación su obligación de buscar a esta persona con celo llamándole al arrepentimiento, antes de que el cuarto paso sea implementado. Este crucial y poderoso proceso, a menudo hace que el hermano en pecado se arrepienta, siendo perdonado y restaurado.

Cuarto paso (Mateo 18:17b). El último paso en el proceso de la disciplina de la iglesia es el ostracismo. Si el creyente en pecado rehúsa incluso escuchar a la iglesia, debe ser apartado de la comunión y condenado al ostracismo. Jesús dijo, “tenle por gentil y publicano.” El término gentil se aplicaba a las personas no judías que seguían las tradiciones paganas y que no participaban del pacto, adoración o vida social del pueblo judío. Por otra parte, los publicanos, por elección propia, se convertían en traidores de su propio pueblo, siendo rechazados por los judíos. El hecho de que Jesús usara estos términos no significa que la iglesia debe de tratar mal a las personas que están siendo disciplinadas, sino que simplemente quiere decir que cuando una persona que profesa ser creyente rehúsa arrepentirse, la iglesia debe de tratarle como si no perteneciera a la congregación. Y, por lo tanto, no deben permitirle participar de las bendiciones y beneficios de la asamblea cristiana. Cuando en la iglesia en Corinto un hombre rehusó abandonar la relación incestuosa en la que se encontraba con su madrastra, el apóstol Pablo ordenó que se le apartara de en medio de ellos (1 Corintios 5:13). Los creyentes no podían ni siquiera comer con él (1 Corintios 5:11), ya que el hecho de comer con alguien era un símbolo de hospitalidad y compañerismo cordial. Por lo tanto, aquellos que persistentemente no se arrepienten de su pecado deben de ser totalmente apartados de la comunión de la iglesia y ser tratados como alguien que ha sido rechazado, en lugar de ser tratados como un hermano. En lo que al bienestar de la iglesia concierne, el propósito de apartar al hermano es proteger la pureza de la comunión (1 Corintios 5:6) y advertir a la asamblea de la seriedad del pecado (1 Timoteo 5:20), así como dar un testimonio justo al mundo que nos observa. Pero en lo que al bienestar del hermano concierne, el objetivo del ostracismo no es castigarlo sino hacer que se dé cuenta de su pecado, y por lo tanto debe hacerse en humildad y amor, y nunca en un espíritu de “superioridad supuestamente santa” (2 Tesalonicenses 3:15).

Cuando la iglesia ha hecho todo lo que ha podido, sin éxito, para que el miembro que está en pecado vuelva a una vida de pureza, el individuo debe ser abandonado a su pecado y vergüenza. Si es un creyente verdadero, Dios no le dejará naufragar, sino que permitirá que se hunda todavía un poco más hasta que esté lo suficientemente desesperado como para apartarse de su pecado. El mandamiento a no tener comunión o incluso contacto social con el hermano que no se arrepiente, no excluye todo contacto. Cuando exista la oportunidad de amonestar e intentar de llamarlo a que regrese, tal oportunidad debe ser aprovechada. Pero el contacto se debe establecer con el propósito de amonestar y restaurar, y nada más.

4 - La Membresía en la Iglesia

En un día en el que el compromiso es algo raro, no debe sorprendernos que la membresía en la iglesia tenga tan poca importancia en la lista de prioridades de muchos creyentes. Tristemente, no es extraño para los cristianos cambiarse de iglesia a iglesia, sin someterse en ningún momento al cuidado de ancianos y sin comprometerse en ningún momento con un grupo de creyentes. No obstante, descuidar—o rehusarse a cumplir con—la responsabilidad de unirse a una iglesia como un miembro formal, refleja un entendimiento erróneo de la responsabilidad del creyente para con el cuerpo de Cristo. Y también aparta a uno de las muchas bendiciones y oportunidades que fluyen de este compromiso. Es esencial que todo cristiano entienda qué es la membresía de la iglesia y por qué es importante.

La Definición de la Membresía en la Iglesia

Cuando un individuo es salvado, se vuelve miembro del cuerpo de Cristo (1 Co. 12:13). Debido a que está unido a Cristo y a los otros miembros del cuerpo de esta manera, él está calificado para volverse miembro de una expresión local de ese cuerpo. Volverse miembro de una iglesia es comprometerse formalmente con un cuerpo local de creyentes, que se puedan identificar, que se han unido con propósitos específicos, divinamente ordenados. Estos propósitos incluyen recibir instrucción de la Palabra de Dios (1 Ti. 4:13; 2 Ti. 4:2), servir y edificarse unos a otros mediante el uso apropiado de dones espirituales (Ro. 12:3-8; 1 Co. 12:4-31; 1 P. 4:10-11), participar en las ordenanzas (Lucas 22:19; Hechos 2:38-42), y esparcir el evangelio a aquellos que están perdidos (Mt. 28:18-20). Además, cuando uno se vuelve miembro de una iglesia, se somete a sí mismo al cuidado y la autoridad de los ancianos bíblicamente calificados que Dios ha colocado en esa asamblea.

La Base para la Membresía en la Iglesia

Aunque la Escritura no contiene un mandato explícito a unirse formalmente a una iglesia local, una base bíblica para la membresía en la iglesia se encuentra a lo largo del Nuevo Testamento. Esta base bíblica puede ser vista claramente en (1) el ejemplo de la iglesia primitiva; (2) la existencia del gobierno de la iglesia; (3) la práctica de la disciplina en la iglesia, y (4) la exhortación a la edificación mutua.

El Ejemplo de la Iglesia Primitiva

En la iglesia primitiva, venir a Cristo era venir a la iglesia. La idea de experimentar salvación sin pertenecer a una iglesia local no se encuentra en el Nuevo Testamento. Cuando individuos se arrepentían y creían en Cristo, eran bautizados y añadidos a la iglesia (Hechos 2:41, 47; 5:14; 16:5). Más que simplemente vivir un compromiso privado con Cristo, esto quería decir unirse formalmente con los otros creyentes en una asamblea local y dedicarse a sí mismos a la enseñanza de los apóstoles, la comunión, el partimiento del pan, y la oración (Hechos 2:42). Las epístolas del Nuevo Testamento fueron escritas a iglesias. En el caso de las pocas escritas a individuos — tales como Filemón, Timoteo y Tito—estos individuos eran líderes en iglesias. Las epístolas del Nuevo Testamento demuestran que el Señor daba por sentado que los creyentes estuvieran en asambleas que se congregaban, no aislados de la asamblea local. En el Nuevo Testamento también hay evidencia de que tal como había una lista de viudas que eran candidatas para apoyo financiero (1 Timoteo 5:9), también pudo haber habido una lista de miembros que creció conforme había personas que se salvaban (cf. Hechos 2:41, 47; 5:14; 16:5). De hecho, cuando un creyente partía de una ciudad dada a otra, la iglesia en la ciudad que estaba dejando frecuentemente escribía una carta de recomendación a la iglesia en la que ahora se volvería un nuevo miembro (Hechos 18:27; Ro. 16:1; Col. 4:10; cf. 2 Co. 3:1-2). En el libro de Hechos, gran parte de la terminología encaja únicamente con el concepto de membresía formal en la iglesia. Frases tales como “toda la multitud” (6:5), “la iglesia que estaba en Jerusalén” (8:1), “los discípulos” en Jerusalén (9:26), “en cada iglesia” (14:23),” los ancianos de la iglesia” en Éfeso” (20:17), señalan algún tipo de membresía reconocible en la iglesia con límites claramente delineados (vea también 1 Co. 5:4; 14:23; y He. 10:25).

La Existencia del Gobierno de la Iglesia

El patrón consistente a lo largo del Nuevo Testamento es que cada cuerpo local de creyentes debe ser supervisado por una pluralidad de ancianos. Los deberes específicos dados a estos ancianos presuponen un grupo claramente definido de miembros en la iglesia que están bajo su cuidado. Entre otras cosas, estos hombres piadosos son responsables de pastorear al pueblo de Dios—los creyentes que constituyen la iglesia local—(Hechos 20:28; 1 P. 5:2), trabajar diligentemente entre ellos (1 Ts. 5:12), guiarlos (1 Ts. 5:12; 1 Ti. 5:17), y velar por sus almas (He. 13:17). La Escritura también enseña que los ancianos darán cuenta a Dios por los individuos encomendados a su cargo (He. 13:17; 1 P. 5:3). Estas responsabilidades requieren que haya una membresía que se puede distinguir, que sea comprendida mutuamente en la iglesia local. Los ancianos pueden pastorear a las personas que constituyen el rebaño y dar cuenta a Dios por su bienestar espiritual sólo si saben quiénes son; los ancianos pueden proveer supervisión sólo si saben exactamente por quienes son responsables; y pueden cumplir su deber de pastorear el rebaño sólo si saben quién es parte del rebaño y quién no lo es. Los ancianos de una iglesia local específica no son responsables por el bienestar espiritual de todo individuo que visita la iglesia o que asiste esporádicamente. Más bien, son primordialmente responsables por pastorear a aquellos que se han sometido a sí mismos al cuidado y la autoridad de los ancianos, y esto es llevado a cabo a través de la membresía de la iglesia. Al mismo tiempo, la Escritura enseña que los creyentes deben de someterse a sus ancianos. Hebreos 13:17 dice, “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos.” La pregunta para el creyente que no es parte de una congregación o que no es miembro es, “¿Quiénes son sus líderes?” El que ha rehusado unirse a una iglesia local y encomendarse al cuidado y la autoridad de los ancianos no tiene líderes. Para esa persona, la obediencia a Hebreos 13:17 es imposible. Expresado de una manera simple, este versículo implica que todo creyente sabe a quién se debe someter, lo cual, como consecuencia, supone una membresía en la iglesia claramente definida.

La Práctica de la Disciplina en la Iglesia

En Mateo 18:15-17, Jesús delinea la manera en la que la iglesia debe de buscar la restauración de un creyente que ha caído en pecado—un proceso de cuatro pasos conocido como disciplina en la iglesia. En primer lugar, cuando un hermano peca, debe ser confrontado en privado por un sólo individuo (v. 13). Si rehúsa arrepentirse, ese individuo debe de tomar a uno o dos creyentes junto con él para volverlo a confrontar (v. 16). Si el hermano en pecado rehúsa escuchar a los dos o tres, entonces deben decírselo a la iglesia (v. 17). Si aún no hay arrepentimiento, el paso final es sacar a la persona de la asamblea (v. 17; cf. 1 Co. 5:1-13). La práctica de la disciplina en la iglesia de acuerdo con Mateo 18 y otros pasajes (1 Co. 5:1-13; 1 Ti. 5:20; Tito 3:10-11) presupone que los ancianos de cierta iglesia sepan quiénes son sus miembros.

La Exhortación a la Edificación Mutua

El Nuevo Testamento enseña que la iglesia es el cuerpo de Cristo, y que todo miembro del cuerpo es llamado a una vida entregada al crecimiento del cuerpo. En otras palabras, la Escritura exhorta a todos los creyentes a edificar a los otros miembros al practicar los “unos a otros” del Nuevo Testamento (por ejemplo, He. 10:24-25) y ejercer sus dones espirituales (Ro. 12:6-8; 1 Co. 12;4-7; 1 P. 4:10-11). La edificación mutua sólo puede llevarse a cabo en el contexto del cuerpo colectivo de Cristo, y las exhortaciones a este tipo de ministerio presuponen que los creyentes se han comprometido con otros creyentes en una asamblea local específica. La membresía en la iglesia es simplemente la manera formal de hacer ese compromiso.

Conclusión

Vivir un compromiso con una iglesia local involucra muchas responsabilidades: ejemplificar un estilo de vida piadoso en la comunidad, ejercer los dones espirituales de uno en servicio diligente, contribuir financieramente a la obra del ministerio, proveer y recibir amonestación con mansedumbre y en amor, y participar fielmente en la adoración colectiva. Se espera mucho, pero mucho está en juego. Ya que sólo cuando todo creyente es fiel a este tipo de compromiso, la iglesia es capaz de vivir de acuerdo con su llamado como la representante de Cristo aquí en la tierra. Dicho de una manera simple, la membresía importa.

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