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La Cena del Señor

El contexto histórico

La noche antes de su muerte, nuestro Señor Jesucristo se reunió con sus discípulos en el Aposento Alto para comer la cena de la Pascua. El pueblo judío se reunía cada año para celebrar la Pascua, que era una comida especial designada por Dios para conmemorar la liberación de Israel de Egipto. Dios trajo sobre Egipto una serie de plagas con el propósito de liberar a los israelitas de las cadenas de Faraón. Fue solo después de la última plaga —la mortandad del primogénito en toda la tierra de Egipto— que finalmente Faraón accedió a dejar ir al pueblo. Los israelitas se protegieron de la plaga contra el primogénito tomando la sangre de un cordero sacrificado y aplicándola a los postes y dinteles de las puertas de las casas. Luego comieron el cordero asado junto con algo de pan sin levadura y hierbas amargas, una comida que llegó a ser conocida como la comida de la Pascua porque el ángel del Señor se pasó de largo. Siempre que un israelita participara en la fiesta anual de la Pascua recordaría que Dios liberó a su nación de la esclavitud de Egipto. La Pascua celebrada hoy, recuerda todavía aquella gran liberación histórica, pero trágicamente se olvida de la mayor liberación que ésta anuncia: la cruz de Cristo. Jesús tomó aquella antigua fiesta y la transformó en una comida con un nuevo significado cuando mandó a sus discípulos que bebieran de la copa y comiesen del pan en memoria de su muerte a favor de ellos. El calvario sustituye al Éxodo de Egipto como el mayor evento redentor en la historia. Los cristianos no recuerdan la sangre de los postes y dinteles de las puertas, sino la sangre derramada en la cruz. La Cena del Señor es un recordatorio que el mismo Cristo instituyó. Él llegó a ser el último cumplimiento de liberación del pecado y de la muerte cuando derramó su sangre y murió en la cruz. Marcos 14:22–25 graba el relato de la cena de la Pascua conocido como la Última Cena del Señor: Y mientras comían, Jesús tomó pan y, después de bendecirlo, lo partió y les dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio; y bebieron de ella todos. Y les dijo: «Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada. De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba de nuevo en el reino de Dios». Mateo 26:26–29 y Lucas 22:17–20 también graban ese incidente. Juan 13:12–30 alude al mismo, y Pablo lo comenta en 1 de Corintios 11:23–34. Es en ese comentario donde enfocamos nuestra atención en lo siguiente. La Cena del Señor se convirtió en la celebración normal de la iglesia primitiva. Hechos 2:42 declara: «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones». La expresión «partimiento del pan» llegó a ser un sinónimo de una comida de comunión y la Comunión llegó a ser conocida como la fiesta del amor (Jud 12). La iglesia primitiva unía la Comunión con una comida no solo porque el Señor Jesús lo había hecho, sino también porque el pueblo había asociado siempre la pascua con una comida. Asimismo los gentiles incluían una comida con sus fiestas religiosas. Aparentemente la iglesia primitiva celebraba la Cena del Señor diariamente (Hch 2:46). Tal vez tenían comunión en cada comida que consumían. Era común en los tiempos bíblicos que la comunión girase en torno de una mesa en tanto que la gente comía junta. El anfitrión simplemente se sentaba, tomaba un pan, lo partía, y ese acto iniciaba la comida. Más tarde en la vida de la iglesia, la frecuencia de compartir la comida junto con la Comunión fue reducida a un patrón semanal (Hch 20:7). Puesto que la Biblia no enfatiza ningún punto específico acerca de cuán a menudo debemos observar la cena del Señor, sería aceptable hacerlo después de cada comida, sea en el hogar o en la iglesia. Lo importante es obedecer todo lo que el Señor dice, y ejercitar el maravilloso privilegio de conmemorar su muerte y de anticipar su retorno.

El contexto literario

En 1 Corintios 11, el Apóstol Pablo escribe para corregir los abusos que habían sucedido dentro de la iglesia de Corinto en relación con la cena del Señor. La situación es maravillosamente instructiva y aplicable para el presente. La perversión que había tenido lugar. El cristianismo había roto las barreras socioeconómicas, no obstante, dentro de un período de veinte años desde la ascensión de Cristo, los corintios estaban empezando a erigirlas nuevamente. El bien que debían hacer era traer comida para la comida de comunión y compartirla con los pobres, pero los ricos llegaban temprano y se comían su comida en los grupos de su exclusividad antes de que llegaran los pobres. El segundo grupo, por tanto, se iba a casa con hambre (1 Co 11:33–34). Tal abuso del amor y la unidad cristianas convirtió la participación en la Mesa del Señor en una burla. Pablo inicia su discusión del problema diciendo: «No os congregáis para lo mejor, sino para lo peor» (v. 17). Es triste decirlo, pero esa condena probablemente se aplique a numerosas iglesias de hoy, porque la gente no escucha, o no aplica la verdad, o discuten sobre preferencias personales o temas teológicos triviales. Cuando la iglesia llega al punto en que sus reuniones son para lo peor, está en problemas. Los corintios pueden haber pensado que observaban la Cena del Señor partiendo algo del pan, pasando una copa y mencionando algo de las palabras de Jesús, pero esas acciones no eran suficientes por el espíritu en que se conducía la comunión. Sus divisivos y egoístas corazones producían solo una ceremonia superficial. Todos saben que a una comida en común no se viene y se sienta en una esquina a comerse su propia comida. Pero es eso lo que estaban haciendo los corintios. Los ricos estaban comiendo en demasía y aun embriagándose (v. 21), en tanto que los pobres no tenían nada para comer y se quedaban con hambre. Tal actitud en sí acababa con el propósito de la fiesta de amor, el cual era saciar las necesidades de los menos afortunados de un modo armonioso y recordar el gran sacrificio que los hizo uno. La insensibilidad egoísta para con los necesitados había reemplazado la unidad deseada. La iglesia es un sitio —posiblemente el único— donde los ricos y los pobres pueden tener comunión en amor y respeto mutuos (Jn 13:34–35; Stg 2:1–9; 1 P 4:8–10; 1 Jn 3:16–18). La unidad por medio de ministrar a diversos grupos en necesidad se convirtió en el patrón para la nueva iglesia conforme compartían todas las cosas juntos (Hch 4:32–37). Las separaciones raciales, sociales o económicas entre creyentes no tienen lugar en la iglesia. El propósito que yace detrás de la ceremonia. La Cena del Señor es una conmemoración de Aquel que vivió y murió por nosotros, un tiempo de comunión con Él, una proclamación del significado de su muerte y una señal de nuestra anticipación de su retorno. La sagrada y comprensiva naturaleza de la Comunión nos obliga a tratarla con la dignidad que se merece. Es precisamente lo que los corintios no hicieron. Habían convertido la Cena del Señor en una burla. Para hacerlos volver al camino, Pablo da ahora una hermosa presentación del significado de la Cena del Señor. En medio de la vergonzosa situación de Corinto, estos versículos son como un diamante arrojado sobre un camino fangoso: Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: «Tomad, comed, esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de Mí». Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de Mí». Así, pues, todas las veces que comiereis este pan y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que Él venga (1 Co 11:23– 26). Lo que Pablo dijo no fue su opinión personal. No fue una tradición pasada de personas a personas; era una revelación que recibió directamente del Señor Jesucristo. La mayoría de los estudiosos de la Biblia más conservadores están de acuerdo en que 1 Corintios probablemente se escribiera antes que cualquiera de los cuatro evangelios, lo cual convertiría este pasaje en la primera revelación escrita con relación a la Cena del Señor. La noche en que Jesús instituyó la Cena del Señor no fue una noche cualquiera. Tenía un significado especial puesto que era la Pascua. Y esa Pascua en particular era significativa porque la crucifixión de Jesús vino el día siguiente en tanto que todavía se observaba la Pascua. Como el cordero de Dios, Jesús fue el último sacrificio de la Pascua (Jn 1:29; 1 Co 5:7). La comida de la Pascua estaba estructurada en torno a compartir cuatro copas de vino en diferentes intervalos durante la comida: • La primera copa: la Pascua comenzaba con la pronunciación de una bendición por parte del anfitrión sobre la copa, la cual estaba llena con vino tinto, simbolizando la sangre del cordero de la Pascua de Egipto. Estaba seguido por hierbas amargas, lo cual simbolizaba la amargura de la esclavitud de los israelitas y una explicación del significado de la Pascua. Entonces los participantes cantaban los Salmos 113 y 114 de un grupo de Salmos llamado el Hallel (término hebreo para «alabar»). • La segunda copa: después de esta copa el anfitrión partiría pan sin levadura, lo mojaría en las hierbas amargas y en una salsa de fruta llamada haroseth, y lo compartiría con los participantes en la comida. El pan sin levadura simbolizaba la prisa con la que Israel salió de Egipto. Entonces se sacaba el cordero asado. • La tercera copa: cuando finalizaba la comida de la Pascua, el anfitrión oraba y tomaba la tercera copa. En este punto los participantes cantaban el resto del Hallel (Sal 115–118). Fue esta tercera copa la que Jesús bendijo y transformó en una parte de la Cena del Señor. Antes que recordar la liberación física de Israel de Egipto, los participantes de la comunión deben recordar la muerte de Cristo y la liberación que provee. • La cuarta copa: la cuarta y final copa celebraba el reino venidero. Después de beberla, los participantes de la fiesta de la Pascua cantaban un himno final, una tradición mencionada en la Escritura: «Cuando hubieron cantado el himno [Jesús y sus discípulos] salieron al monte de los olivos» (Mr 14:26). El Señor Jesús inició la Cena del Señor tomando «pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de Mí”. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí”» (1 Co 11:23–25). «Habiendo dado gracias» proviene del verbo griego eucaristeo. La adaptación castellana, eucaristía, es un nombre que algunos emplean para referirse a la Cena del Señor. Algunos han malentendido la identificación de Cristo del pan y el vino con su cuerpo y sangre como una referencia literal a su cuerpo y sangre físicos. El verbo estin, «es», con frecuencia significa «representa». Jesús estaba diciendo que el pan y el vino de esa pascua en particular representaban su cuerpo y sangre. El vino no era su sangre literalmente, su sangre aún continuaba en sus venas cuando dijo eso. Y el pan no era su cuerpo, su cuerpo estaba aún presente físicamente en la cena y todos lo podían contemplar. Jesucristo hablaba a menudo en lenguaje figurativo. Cuando dijo: «Yo soy la puerta» (Jn 10:9), quiso decir que es el canal por el que la gente entra a la vida eterna. Él no es una puerta literal. Las parábolas dichas son ejemplos de las cosas comunes que usaba como ilustraciones de realidades espirituales. El fallo de algunos de sus seguidores en no comprender el sentido figurativo o metafórico en el que Jesús hablaba de su cuerpo y de su sangre provocó que dejaran de seguirle (Jn 6:53–66). El pan que había representado el éxodo ahora vino a representar el cuerpo del Señor. De acuerdo con el pensamiento judío, el cuerpo representaba a toda la persona, de manera que esta referencia al cuerpo de Cristo puede verse como simbolizando todo el período de su encarnación, desde su nacimiento hasta su resurrección. Cristo nació, fue crucificado y resucitado como un don sacrificado entregado a la raza humana. La copa que Jesús tomó fue la tercera copa de la comida de la pascua, la inmediata a la cena. Jesús declaró que la copa de vino representaba la promesa del Nuevo Pacto que pronto sería ratificado por su propia sangre. El Antiguo Pacto fue ratificado por la sangre de los animales, pero el Nuevo Pacto fue ratificado por la sangre de Cristo. Del mismo modo que una firma ratifica un contrato o promesa en nuestros días, el derramamiento de sangre de un animal sacrificado ratificaba lo mismo en los tiempos del Antiguo Testamento. El mayor ejemplo, por supuesto, es la promesa de Dios de que no tomaría la vida de los primogénitos de los israelitas si ellos firmaban en la línea punteada, mejor dicho, con la sangre de un cordero untada en los postes y dinteles de las puertas de sus casas. Mientras el Antiguo Pacto requería el continuo sacrificio de animales, el Nuevo Pacto, representado por la copa de la Comunión, fue satisfecho de una vez por todas por el sacrificio del Cordero de Dios (He 9:28). Fue como si Jesucristo estuviese llevando su sangre a la cruz y firmando en la línea punteada. La sangre de la cruz había reemplazado a la de la Pascua. En respuesta a todo lo que Cristo ha hecho por nosotros, nos pide que le recordemos a Él y lo que ha realizado. Para los hebreos, el concepto de tener memoria de algo significaba más que simplemente recordar algo sucedido en el pasado. Significaba volver a capturar tanto como fuera posible la realidad y significado de una persona o situación en la mente consciente de uno. Cristo estaba pidiendo que todos los cristianos de todos los tiempos ponderaran el significado de su vida y muerte a su favor. Una persona puede participar en la Santa Cena, pero si su mente está a un millón de kilómetros de distancia, realmente no ha recordado al Señor. Proclamamos la muerte de Cristo cada vez que lo recordamos en la Comunión (1 Co 11:26). Esto es un recordatorio para el mundo de que Dios se hizo hombre y sufrió una muerte sustitutiva y expiatoria del pecado por toda la raza humana (1 Jn 2:2). También esperamos el día de su segunda venida cuando todos estemos unidos con Él ante su presencia. La preparación requerida antes de participar. La Mesa del Señor es una ordenanza de gran alcance. Recordamos lo que Cristo ha hecho, renovamos nuestro compromiso con Él, comulgamos con Él, proclamamos el evangelio, y anticipamos su retorno. Debemos, pues, observarla con la actitud correcta. La iglesia de Corinto participaba de la Mesa del Señor de modo indigno (1 Co 11:27). También nosotros podemos ser culpables de esto de diversas formas: • Ignorarla antes que obedecerla. Si decimos que la Santa Cena es irrelevante y sin importancia, la observamos indignamente. • Observarla como algo insignificante. Podemos estar preocupados con realizar los ritos sin entender la razón por la que se observa. La ceremonia superficial y la irreverencia puede evitarnos tener comunión personal con Cristo. • Asumir que puede salvar. Tomar la comunión no imparte gracia salvadora. Es un privilegio de aquellos que ya son salvos, para confrontar su pecado y renovar su comunión con Cristo. • Rechazar la confesión y arrepentimiento del pecado. Nunca debemos participar en la Cena del Señor si tenemos pecados conscientes sin confesar en nuestra vida. • Carecer de respeto y amor a Dios y a su pueblo. Quien haga tales cosas «será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor» (1 Co 11:27). Eso es tratar la vida y muerte sin igual de Cristo como algo común e insignificante. Un hombre que pisotea la bandera de su nación, no está pisoteando meramente un trozo de tela; es culpable de deshonrar a su país. La comunión es un encuentro real con el Señor Jesucristo. Es tan real que no reconocer la realidad que yace detrás de ella trae juicio (1 Co 11:29). Para evitar el juicio, cada participante debe «examinarse a sí mismo, y comer así del pan, y beber de la copa» (1 Co 11:28). La palabra griega que se traduce como «examinar» conlleva la idea de un riguroso autoexamen. Examina tu vida, tus motivos y tus actitudes para con el Señor, su Cena y para con otros cristianos. Una vez que lo hayas hecho y tratado con el pecado o las motivaciones impropias, entonces estarás listo para participar del pan y de la copa. Quien participa de la Comunión sin haberlo hecho, «sin discernir el cuerpo del Señor, come y bebe su propio juicio» (v. 29). El vocablo que se traduce como «juicio» (krima) es mejor traducirlo como «castigo». Se refiere al castigo que el Señor da a los creyentes, no a la condenación de incrédulos, a los cuales se hace referencia en el v. 32 con el término katacrino. Tal persona no ha discernido el significado e implicación del cuerpo del Señor. Aunque esto puede ser una referencia al cuerpo corporal de Cristo, la iglesia, el contexto apoya una referencia al mismo Señor. El Señor disciplinó a los corintios por su abuso de la Cena del Señor produciendo enfermedad en algunos y tomando la vida de otros (v. 30). De modo similar, Dios dio muerte a Ananías y Safira por mentir al Espíritu Santo (Hch 5:1–11). Tan severos recordatorios de la santidad de Dios y la pecaminosidad del hombre muestran lo que todos merecemos y que en realidad solo reciben algunos. Algunos cristianos de hoy tal vez han enfermado o fallecido por observar la Santa Cena indignamente. Aunque eso es verdad, Dios no quiere que los creyentes teman sobremanera celebrar la Cena del Señor. Pablo nos asegura que aunque podamos ser disciplinados por el Señor, no seremos condenados con el mundo (1 Co 11:32). Ningún cristiano será maldito bajo ninguna circunstancia. Dios disciplina a sus hijos no para castigarlos, sino para corregir su conducta pecaminosa y para guiarlos por los pasos de la justicia. Hebreos 12:6 dice: «Porque el Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo». Nunca debemos temer perder nuestra salvación y ser eternamente condenados. Dios intervendrá con su mano castigadora antes de que eso pueda suceder. Pablo concluye su discurso sobre la Cena del Señor diciendo: «Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros. Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio» (1 Co 11:33–34). Los corintios debían esperarse entre sí cuando se reunieran para una comida de comunión en vez de hartarse a comer antes de que llegaran los demás. Quienes asistían únicamente para satisfacer su hambre física, debían comer en casa. De otro modo habrían pervertido el propósito de la comunión y serían sujetos al castigo divino. El Señor es muy serio respecto al modo en que debe tratarse la ordenanza de la Santa Cena. Nunca debemos pasar por alto su significado o dejar de evaluar nuestro corazón antes de participar de ella.

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