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Declaración de Chicago sobre la Inerrancia Bíblica

Prefacio

La autoridad de las Escrituras es una cuestión clave para la Iglesia Cristiana en esta y en todas las épocas. Aquellos que profesan la fe en Jesucristo como Señor y Salvador están llamados a mostrar la realidad de su discipulado obedeciendo humilde y fielmente la Palabra escrita de Dios. Apartarse de las Escrituras en fe o en conducta es deslealtad hacia a nuestro Maestro. El reconocimiento de la verdad total y de la confiabilidad de las Santas Escrituras es esencial para una comprensión completa y para una confesión adecuada de su autoridad. La siguiente Declaración afirma esta infalibilidad de las Escrituras renovada, dejando en claro nuestra comprensión de las mismas y advirtiendo en contra de su negación. Estamos convencidos de que negar esto es dejar a un lado el testimonio de Jesucristo y del Espíritu Santo y rechazar esa sumisión a las exigencias de la propia Palabra de Dios que marca la verdadera fe Cristiana. Consideramos que es nuestro deber oportuno hacer esta afirmación en cara de las fallas actuales de la verdad de la inerrancia entre nuestros hermanos Cristianos y la incomprensión de esta doctrina en el mundo en general. Esta Declaración consta de tres partes: un Resumen, Artículos de Afirmación y Negación, y una Exposición de acompañamiento. Esto ha sido preparado en el curso de una consulta de tres días en Chicago. Aquellos que han firmado el Resumen y los Artículos, desean afirmar su propia convicción en cuanto a la infalibilidad de las Escrituras y animar y desafiar a otros y a todos los Cristianos a la creciente apreciación y comprensión de esta doctrina. Reconocemos las limitaciones de un documento preparado en una breve conferencia, intensiva y no proponemos que a esta declaración le sea dado un peso de credo. Sin embargo, nos regocijamos en la profundización de nuestras propias convicciones a través de nuestras discusiones juntos, y rogamos que la declaración que hemos firmado pueda ser usada para la gloria de nuestro Dios hacia una nueva reforma de la Iglesia en su fe, en su vida y en su misión. Ofrecemos esta declaración en un espíritu, no de contención, sino de humildad y amor, la cual proponemos, por medio de la gracia de Dios, mantener en cualquier diálogo futuro que surja sobre aquello que hemos dicho. Reconocemos con satisfacción que muchos de los que niegan la infalibilidad de las Escrituras no indican las consecuencias de esta negativa en el resto de su creencia y de su comportamiento, y somos conscientes de que quienes confesamos esta doctrina a menudo la negamos en la vida al no poner nuestros pensamientos y escrituras, nuestras tradiciones y costumbres, en cierto sometimiento a la Palabra divina. Invitamos a responder a esta declaración a cualquiera que vea motivos para modificar sus afirmaciones acerca de las Escrituras a la luz de las Escrituras mismas, bajo cuya autoridad infalible nos encontramos en estos momentos. No afirmamos ninguna infalibilidad personal para el testimonio que llevamos, y para cualquier ayuda que nos permita fortalecer este testimonio de la Palabra de Dios del cual hemos de estar agradecidos.

– El Comité de Redacción

Una Declaración Breve

1. Dios, quien es la Verdad y quien sólo habla la verdad, ha inspirado las Sagradas Escrituras, para así llegar a revelarse a la humanidad perdida a través de Jesucristo como Creador y Señor, Redentor y Juez. Las Sagradas Escrituras son el testimonio de Dios para sí mismo.

2. Las Sagradas Escrituras, siendo la propia Palabra de Dios, escrita por hombres preparados y supervisada por su Espíritu, es de infalible autoridad divina en todos los asuntos que aborda: debe ser creída, como la instrucción de Dios, en todo lo que se afirma, obedecida, como el mandamiento de Dios, en todo lo que exige; adoptada, como la promesa de Dios, en todo lo que promete.

3. El Espíritu Santo, Autor de las Escrituras divinas, la autentifica ante nosotros por el testimonio interior y abre nuestras mentes para entender su significado.

4. Siendo entera y verbalmente dadas por Dios, las Escrituras son sin error o fallo en todas sus enseñanzas, no menos en lo que dice sobre los actos de Dios en la creación, sobre los acontecimientos de la historia del mundo, y sobre sus propios orígenes literarios bajo el reinado de Dios, que en su testimonio acerca de la gracia salvadora de Dios en las vidas individuales.

5. La autoridad de las Escrituras se deteriora inevitablemente si esta infalibilidad divina total de alguna manera es limitada o ignorada, o si se hace relativa a un punto de vista de verdad contraria a la propia de la Biblia; y tales lapsos traen graves pérdidas tanto para el individuo como para la Iglesia.

Artículos de afirmación y negación

Artículo I

AFIRMAMOS que las Sagradas Escrituras deben ser recibidas como la autoridad de la Palabra de Dios.

NEGAMOS que las Escrituras reciban su autoridad de la Iglesia, de la tradición, o de cualquier otra fuente humana.

Artículo II

AFIRMAMOS que las Escrituras son la norma escrita suprema por la cual Dios se une a la conciencia, y que la autoridad de la iglesia está subordinada a la de la Escritura.

NEGAMOS que los credos de la Iglesia, consejos o declaraciones tienen una autoridad superior o igual a la autoridad de la Biblia.

Artículo III

AFIRMAMOS que la palabra escrita en su totalidad es la revelación dada por Dios.

NEGAMOS que la Biblia no sea más que un testigo de la revelación, o que sólo llegue a ser revelación en un encuentro, o que dependa de las respuestas de los hombres acerca de su validez.

Artículo IV

AFIRMAMOS que el Dios que creó a la humanidad a su imagen, ha usado el lenguaje como medio de revelación.

NEGAMOS que el lenguaje humano esté tan limitado por nuestra condición de criaturas que resulte insuficiente como un vehículo para la revelación divina. Además, negamos que la corrupción de la lengua y de la cultura humana a través del pecado haya frustrado la obra divina de inspiración.

Artículo V

AFIRMAMOS que la revelación de Dios en las Sagradas Escrituras fue progresiva.

NEGAMOS que la revelación posterior, que puede cumplir la revelación anterior, nunca la corrige o la contradice. Además, negamos que cualquier revelación normativa haya sido dada desde la finalización de los escritos del Nuevo Testamento.

Artículo VI

AFIRMAMOS que la totalidad de las Escrituras y todas sus partes, hasta las mismas palabras del original, fueron dadas por inspiración divina.

NEGAMOS que la inspiración de las Escrituras pueda ser afirmada correctamente del todo sin las partes, o de algunas partes, pero no del todo.

Artículo VII

AFIRMAMOS que la inspiración fue la obra en la que Dios, por medio su Espíritu, a través de los escritores humanos, nos dio su Palabra. El origen de las Escrituras es divino. El modo de inspiración divino sigue siendo en gran parte un misterio para nosotros.

NEGAMOS que la inspiración pueda ser reducida a la intuición, o al aumento de estados de conciencia de cualquier tipo.

Artículo VIII

AFIRMAMOS que Dios, en su labor de inspiración utilizó el distintivo de personalidades y de estilos literarios de los escritores que él había elegido y preparado.

NEGAMOS que Dios, al hacer que estos escritores utilizaran las mismas palabras que él eligió, hiciera caso omiso de sus personalidades.

Artículo IX

AFIRMAMOS que la inspiración, aunque no confiere omnisciencia, garantizó una expresión verdadera y confiable en todos los asuntos sobre los cuales los autores bíblicos fueron movidos a hablar y a escribir.

NEGAMOS que la finitud o la condición caída de estos escritores, por necesidad o de otra manera, introduzcan distorsiones o falsedades en la Palabra de Dios.

Artículo X

AFIRMAMOS que la inspiración, estrictamente hablando, sólo se aplica al texto autógrafo de la Escritura, el cual en la providencia de Dios puede ser determinado a partir de los manuscritos disponibles con gran precisión. Además, afirmamos que las copias y las traducciones de las Escrituras son la Palabra de Dios en la medida en que representen fielmente el original.

NEGAMOS que cualquier elemento esencial de la fe Cristiana se vea afectado por la ausencia de los autógrafos. Además, negamos que esta ausencia haga que la afirmación de la infalibilidad de la Biblia sea inválida o irrelevante.

Artículo XI

AFIRMAMOS que la Escritura, habiendo sido dada por inspiración divina, es infalible, por lo que, lejos de engañarnos, es cierta y fiable en todas las cuestiones que aborda.

NEGAMOS que sea posible que la Biblia sea, al mismo tiempo infalible y errante en sus afirmaciones. La infalibilidad y la inerrancia pueden ser distinguidas, pero no separadas.

Artículo XII

AFIRMAMOS que la Escritura en su totalidad es infalible y está libre de toda falsedad, fraude o engaño.

NEGAMOS que la infalibilidad bíblica y la inerrancia se limiten a temas espirituales, religiosos o de redención, excluyendo las afirmaciones en los campos de la historia y de la ciencia. Negamos además que las hipótesis científicas sobre la historia de la tierra puedan ser utilizadas adecuadamente para anular las enseñanzas de las Escrituras sobre la creación y el diluvio.

Artículo XIII

AFIRMAMOS la conveniencia de utilizar la infalibilidad como un término teológico con referencia a la veracidad completa de la Escritura.

NEGAMOS que sea adecuado evaluar las Escrituras de acuerdo a los estándares de la verdad y del error que son ajenos a su uso o propósito. Negamos que la inerrancia sea negada por fenómenos bíblicos tales como la falta de precisión técnica moderna, las irregularidades de la gramática o de la ortografía, las descripciones de observación de la naturaleza, la notificación de falsedades, el uso de la hipérbole y de los números redondos, el acomodo temático del material, las selecciones variantes del material en relatos paralelos, o el uso de citas libres.

Artículo XIV

AFIRMAMOS la unidad y la consistencia interna de las Escrituras.

NEGAMOS que supuestos errores y discrepancias que aún no han sido resueltos menoscaben las pretensiones de verdad de la Biblia.

Artículo XV

AFIRMAMOS que la doctrina de la inerrancia se basa en la enseñanza de la Biblia sobre la inspiración.

NEGAMOS que la enseñanza de Jesús sobre la escritura pueda ser desechada por apelaciones a su acomodo o a cualquier limitación natural de su humanidad.

Artículo XVI

AFIRMAMOS que la doctrina de la inerrancia ha sido parte integral de la fe de la Iglesia a lo largo de su historia.

NEGAMOS que la inerrancia sea una doctrina inventada por el Protestantismo Escolástico, o que sea una posición reaccionaria postulada en respuesta a una crítica negativa más alta.

Artículo XVII

AFIRMAMOS que el Espíritu Santo da testimonio de las Escrituras, asegurándoles a los creyentes la verdad de la Palabra de Dios escrita.

NEGAMOS que este testimonio del Espíritu Santo opere aisladamente o en contra de las Escrituras.

Artículo XVIII

AFIRMAMOS que el texto de las Escrituras es interpretado por el exégesis gramático histórico, teniendo en cuenta sus formas y recursos literarios, y que la Escritura ha de interpretar a la Escritura.

NEGAMOS la legitimidad de cualquier tratamiento del texto o búsqueda de fuentes situadas detrás de ello que lleve a relativizar, deshistorizar, descontar su enseñanza, o rechazar sus pretensiones de autoría.

Artículo XIX

AFIRMAMOS que una confesión de la plena autoridad, infalibilidad y la inerrancia de la Escritura es vital para una buena comprensión acerca de la totalidad de la fe Cristiana. Afirmamos además que tal confesión debe conducir hacia la creciente conformidad a la imagen de Cristo.

NEGAMOS que tal confesión sea necesaria para la salvación. Sin embargo, negamos que la inerrancia pueda ser rechazada sin graves consecuencias tanto para el individuo como para la Iglesia.

Exposición

Nuestra comprensión acerca de la doctrina de la inerrancia debe establecerse en el contexto de las enseñanzas más amplias de las Escrituras concernientes a sí mismas. Esta exposición da cuenta del bosquejo de la doctrina de la cual se extraen nuestra declaración resumida y nuestros artículos.

Creación, Revelación e Inspiración

El Dios Trino, quien formó todas las cosas por medio de sus expresiones creativas y quien gobierna todas las cosas por medio de Su Palabra de decreto, creó a la humanidad a Su propia imagen para una vida de comunión con Sí mismo, sobre el modelo de comunión eterna de la comunicación amorosa dentro de la Deidad. Como portador de la imagen de Dios, el hombre debía escuchar la Palabra de Dios dirigida hacia él y responder con la alegría de la obediencia devota. Más allá de la revelación de Dios en el orden creado y de la secuencia de eventos dentro de él, los seres humanos desde Adán han recibido mensajes verbales de parte de Él, ya sea directamente, como se afirma en las Escrituras, o indirectamente en forma de una parte o de todas las Escrituras mismas. Cuando Adán cayó, el Creador no abandonó a la humanidad al juicio final sino que prometió salvación y comenzó a revelarse como Redentor en una secuencia de eventos históricos centrados en la familia de Abraham y que culminaron en la vida, la muerte, la resurrección, el ministerio celestial presente y el regreso prometido de Jesucristo. Dentro de este marco, Dios de vez en cuando ha pronunciado palabras específicas de juicio y misericordia, de promesa y mandamiento, a los seres humanos pecaminosos para atraerlos a una relación de un pacto de compromiso mutuo entre Él y ellos en el cual los bendice con dones de gracia y ellos lo bendicen con adoración receptiva. Moisés, a quien Dios usó como mediador para llevar Sus palabras a Su pueblo en la época del Éxodo, se encuentra a la cabeza de una larga lista de profetas en cuyas bocas y escritos Dios puso Sus palabras con la finalidad de ser entregadas a Israel. El propósito de Dios en esta sucesión de mensajes era mantener su pacto al hacer que su pueblo conociera su nombre, es decir, su naturaleza, y su voluntad tanto de precepto como de propósito en el presente y en el futuro. Esta línea de portavoces proféticos de Dios llegó a completarse en Jesucristo, el Verbo encarnado de Dios, quien era Él mismo un profeta—más que un profeta, pero no menos—y en los apóstoles y profetas de la primera generación Cristiana. Cuando el mensaje final y culminante de Dios, su palabra para el mundo concerniente a Jesucristo, fue pronunciado y elucidado por aquellos en el círculo apostólico, cesó la secuencia de mensajes revelados. De ahora en adelante, la Iglesia debía vivir y conocer a Dios por lo que Él ya había dicho y dicho para todos los tiempos. En el Sinaí, Dios escribió los términos de su pacto en tablas de piedra, como su testimonio perdurable y de accesibilidad duradera, y durante todo el período de revelación profética y apostólica, incitó a los hombres a escribir los mensajes que les eran dados, junto con los registros celebratorios de Su trato con su pueblo, más reflexiones morales sobre la vida bajo el pacto y las formas de alabanza y de oración por la misericordia del pacto. La realidad teológica de la inspiración en la producción de documentos bíblicos corresponde a la de las profecías habladas: aunque las personalidades de los escritores humanos se expresaron en aquello que escribieron, las palabras fueron constituidas divinamente. Por lo tanto, lo que dicen las Escrituras, lo dice Dios; su autoridad es Su autoridad, porque Él es su Autor definitivo, habiéndola dado a través de las mentes y de las palabras de hombres elegidos y preparados que en libertad y fidelidad "hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (2 Pedro 1:21). Las Sagradas Escrituras deben ser reconocidas como la Palabra de Dios en virtud de su origen divino.

Autoridad: Cristo y la Biblia

Jesucristo, el Hijo de Dios quien es el Verbo hecho carne, nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, es el mediador definitivo de la comunicación de Dios con el hombre, ya que Él es de todos los dones de gracia de Dios. La revelación que dio fue más que verbal; Él reveló al Padre por medio de su presencia y de sus obras también. Sin embargo, sus palabras fueron crucialmente importantes; porque Él era Dios, habló de parte del Padre, y Sus palabras juzgarán a todos los hombres en el día final. Como el Mesías profetizado, Jesucristo es el tema central de las Escrituras. El Antiguo Testamento miraba hacia Él; el Nuevo Testamento mira hacia Su primera venida y hacia Su segunda. Las Escrituras canónicas son el testimonio divinamente inspirado y por lo tanto normativo de Cristo. Por lo tanto, no es aceptable ninguna hermenéutica en la cual el Cristo histórico no sea el punto focal. Las Sagradas Escrituras deben ser tratadas como lo que son esencialmente—el testimonio del Padre al Hijo encarnado. Parece que el canon del Antiguo Testamento había sido aliñado para la época de Jesús. El canon del Nuevo Testamento también está cerrado en la actualidad, ya que ahora no se puede asumir ningún nuevo testimonio apostólico del Cristo histórico. No se dará nueva revelación (a diferencia de la comprensión dada por el Espíritu de la revelación existente) hasta que Cristo venga de nuevo. El canon fue creado en principio por inspiración divina. La parte de la Iglesia era discernir el canon que Dios había creado, no idear uno propio. La palabra canon, significando una regla o estándar, es un indicador de autoridad, lo que significa el derecho a gobernar y a controlar. La autoridad en el Cristianismo le pertenece a Dios en su revelación, lo que significa, por un lado, Jesucristo, la Palabra viviente, y, por otro lado, las Sagradas Escrituras, la Palabra escrita. Pero la autoridad de Cristo y la autoridad de las Escrituras son una. Como nuestro Profeta, Cristo testificó que las Escrituras no pueden quebrantarse. Como nuestro sacerdote y rey, dedicó su vida terrenal a cumplir la ley y los profetas, e incluso murió en obediencia a las palabras de la profecía mesiánica. Por lo tanto, cuando vio que las Escrituras atestiguaban de él y de su autoridad, así también, por medio de su propia sumisión a las Escrituras, él atestiguó de la autoridad de las mismas. Al igual que se postró ante las instrucciones de Su Padre que figuran en Su Biblia (nuestro Antiguo Testamento), así les exige a Sus discípulos que lo hagan—no, sin embargo, en aislamiento sino en conjunto con el testimonio apostólico para Sí mismo que Él se comprometió a inspirar por medio de Su don del Espíritu Santo. De modo que los Cristianos se muestran siervos fieles de su Señor al someterse a las instrucciones divinas dadas en las escrituras proféticas y apostólicas que juntas conforman nuestra Biblia. Al autentificar la autoridad del otro, Cristo y las Escrituras se unen en una sola fuente de autoridad. El Cristo bíblicamente interpretado y la Biblia centrada en Cristo y proclamadora de Cristo son una desde este punto de vista. A partir del hecho de la inspiración inferimos que lo que dicen las Escrituras, lo dice Dios, por lo tanto, a partir de la relación revelada entre Jesucristo y las Escrituras, podemos declarar igualmente que lo que dicen las Escrituras, lo dice Cristo. 

Infalibilidad, Inerrancia, Interpretación

Las Sagradas Escrituras, como la Palabra inspirada de Dios que testifica con autoridad sobre Jesucristo, puede ser llamada apropiadamente infalible e inerrante. Estos términos negativos tienen un valor especial, ya que resguardan explícitamente verdades positivas cruciales. Infalible significa la cualidad de que no es engañosa ni confusa, por lo que en términos categóricos salvaguarda la verdad de que las Sagradas Escrituras son una regla y una guía seguras, y confiables en todos los asuntos. Similarmente, inerrante significa la cualidad de estar libre de toda falsedad o error y, por lo tanto, salvaguarda la verdad de que las Sagradas Escrituras son completamente verdaderas y confiables en todas sus afirmaciones. Afirmamos que las Escrituras canónicas siempre deben ser interpretadas sobre la base de que son infalibles e inerrantes. Sin embargo, al determinar lo que el escritor enseñado por Dios está afirmando en cada pasaje, debemos prestar la más cuidadosa atención a sus afirmaciones y a su carácter como una producción humana. En la inspiración, Dios utilizó la cultura y las convenciones del medio de su colega, un medio que Dios controla en su soberana providencia; es una interpretación errónea imaginar lo contrario. De modo que la historia debe ser tratada como historia, la poesía como poesía, la hipérbole y la metáfora como hipérbole y metáfora, la generalización y la aproximación como lo que son, y así sucesivamente. También deben observarse las diferencias entre las convenciones literarias en los tiempos de la Biblia y las nuestras: dado que, por ejemplo, la narración no cronológica y la cita imprecisa eran convencionales y aceptables y no violaban expectativas en aquellos días, no debemos considerar estas cosas como fallas cuando las encontramos en los escritores de la Biblia. Cuando no se esperaba ni se pretendía una precisión total de un tipo particular, no es un error no haberla logrado. La Escritura es infalible, no en el sentido de ser absolutamente precisa según los estándares modernos, sino en el sentido de hacer valer sus pretensiones y de alcanzar esa medida de verdad enfocada a la que apuntaban sus autores. La veracidad de las Escrituras no es negada por la aparición en ella de irregularidades de gramática u ortografía, descripciones fenomenales de la naturaleza, informes de declaraciones falsas (por ejemplo, las mentiras de Satanás), o aparentes discrepancias entre un pasaje y otro. No es correcto determinar los llamados "fenómenos" de las Escrituras contra la enseñanza de las Escrituras acerca de sí mismas. Las inconsistencias aparentes no deben ser ignoradas. La solución de ellas, donde esto pueda lograrse convincentemente, alentará nuestra fe, y donde por el momento no hay una solución convincente a la mano, honraremos significativamente a Dios confiando en Su seguridad de que Su Palabra es verdadera, a pesar de estas apariencias, y manteniendo nuestra Confianza en que algún día serán vistas como ilusiones. Puesto que toda Escritura es producto de una sola mente divina, la interpretación debe permanecer dentro de los límites de la analogía de las Escrituras y evitar hipótesis que podrían corregir un pasaje bíblico por otro, ya sea en nombre de la revelación progresiva o de la iluminación imperfecta de la mente inspirada del escritor. Aunque las Sagradas Escrituras no están ligadas a la cultura en el sentido de que sus enseñanzas carecen de validez universal, a veces están culturalmente condicionadas por las costumbres y los puntos de vista convencionales de un período particular, de modo que la aplicación de sus principios exige hoy un tipo de acción diferente.

Escepticismo y Crítica

Desde el Renacimiento, y más particularmente desde la Ilustración, se han desarrollado visiones del mundo que implica escepticismo acerca de los principios Cristianos básicos. Tales son el agnosticismo que niega que Dios sea cognoscible, el racionalismo que niega que sea incomprensible, el idealismo que niega que sea trascendente, y el existencialismo que niega la racionalidad en Sus relaciones con nosotros. Cuando estos principios anti bíblicos se filtran en las teologías de los hombres a un nivel presuposicional, como hoy lo hacen con frecuencia, se vuelve imposible la interpretación fiel de las Sagradas Escrituras.

Transmisión y Traducción

Dado que Dios no ha prometido en ningún lugar una transmisión inerrante de las Escrituras, es necesario afirmar que solo el texto autográfico de los documentos originales fue inspirado y mantener la necesidad de la crítica textual como medio para detectar cualquier error que podría haberse infiltrado en el texto durante el curso de su transmisión. El veredicto de esta ciencia, sin embargo, es que los textos Hebreo y Griego parecen estar increíblemente bien conservados, por lo que estamos ampliamente justificados al afirmar, con la Confesión de Westminster, una singular providencia de Dios en este asunto y al declarar que la autoridad de las Escrituras no se pone en peligro por el hecho de que las copias que poseemos no están completamente libres de errores. Del mismo modo, ninguna traducción es o puede ser perfecta, y todas las traducciones están a un paso de la autographa. Sin embargo, el veredicto de la ciencia lingüística es que los Cristianos de habla inglesa, al menos, están muy bien atendidos en estos días con una serie de excelentes y no tienen motivos para dudar de concluir que la verdadera Palabra de Dios está a su alcance. De hecho, en vista de la frecuente repetición en las Escrituras de los principales asuntos con los que ésta trata y también del testimonio constante del Espíritu Santo a través de la Palabra, ninguna traducción seria de las Sagradas Escrituras destruirá su significado de tal manera que no haga a su lector "sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús" (2 Timoteo 3:15).

Inerrancia y Autoridad

En nuestra afirmación de que la autoridad de las Escrituras involucra su verdad total, estamos conscientes de estar con Cristo y Sus apóstoles, de hecho, con toda la Biblia y con la corriente principal de la historia de la Iglesia desde los primeros días hasta muy recientemente. Estamos preocupados por la forma casual, inadvertida y aparentemente irreflexiva en la que una creencia de tan gran importancia ha sido abandonada por muchos en nuestros días. También somos conscientes de que la gran y grave confusión resulta de dejar de mantener la verdad total de la Biblia cuya autoridad uno profesa reconocer. El resultado de dar este paso es que la Biblia que Dios dio pierde su autoridad, y aquello que tiene autoridad es una Biblia reducida en contenido de acuerdo con las exigencias de los razonamientos críticos y en principio reducible aún más una vez que uno haya comenzado. Esto significa que en el fondo la razón independiente ahora tiene autoridad, a diferencia de la enseñanza de las Escrituras. Si esto no se observa y si por el momento se mantienen las doctrinas evangélicas básicas, las personas que niegan la verdad plena de las Escrituras pueden afirmar una identidad evangélica, mientras que metodológicamente se han alejado del principio evangélico del conocimiento hacia un subjetivismo inestable, y encontrarán difícil no avanzar más.

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Nuestra Misión
Ser una comunidad santa de discípulos del Señor Jesucristo que discipulan a otros por Su gracia, ministrando Su palabra de Verdad en total dependencia del Espíritu Santo.
 
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